viernes, 14 de junio de 2013

El último día

Todos los blogs de au pair cumplen el mismo ciclo: comienzan con el post que justifica con "aprender inglés" el deseo de su autora por inscribirse al programa, relatan el andar entre familias durante el match process, describen Nueva York y las amistades logradas en el training, narran un año entero -los que logran sobrevivir- de vivencias afortunadas y no tan afortunadas en casa de la hostfamilia cuidando de los pequeños y descubriendo el american life style, justifican la decisión de extender o de volver a casa, dejan entrever el final con el recuento de experiencias vividas cerca del doceavo o vigésimocuarto mes, y terminan -cuando sobreviven- con el post que describe la realidad de la ahora ex au pair al encontrarse con esa vida que dejó en stand-by cuando firmó para Cultural Care.

Pues bien, siguiendo el curso habitual de los blogs de au pair (pues no me casé con mi hostdad viudo ni aborté la misión al primer machucón de dedos), hoy debo dar lugar al post que anuncia mi partida.

Hoy llega a su fin la aventura que comencé el 29 de agosto de hace dos años cuando me despedí de mi mamá y mi hermano en un aeropuerto sin saber qué me esperaba. Hoy es ese día que muchas veces deseé que llegara y otras tantas quise aplazar indefinidamente. ¿Y cómo se siente?

Genial.

Hoy mientras tomaba el dinner con la familia en nuestra mesita de picnic al aire libre, y disfrutaba del atardecer veraniego mientras escuchaba a los pequeños hostitos discutir sobre quién tiene los ojos más azules, me di cuenta de que sí voy a extrañar a la familia. Que sí desarrollé lazos con ellos (y la au pair que no lo haga es porque de verdad tuvo una familia muy, muy jodida), y que cuando esté lejos, voy a extrañar las tardes del dinner together, los grititos de júbilo infantil, la vida familiar de seis a siete -nomás en ese horario-, la compañía y ser testigo de la enternecedora capacidad infantil de sorprenderse por todo. 

Sin embargo, a pesar de la añoranza que se avecina, estoy muy contenta de partir. Me siento muy satisfecha por lo que logré. Tomé mis maletas y volé sin saber cómo aterrizaría. Y hoy que subí el zípper de mi maleta  para no abrirla más, me recordé que conseguí lo que quería  y de que es tiempo de moverme. Que me puedo congratular a mí misma porque no es un viaje sencillo -a pesar de que todos crean que venimos a pasearnos- y que, a pesar de mis quejas y berrinches, siempre tuve la actitud adecuada para sortear las dificultades que se me presentaron. Que sobreviví a la extinción one by one, de las otras paisanas au pair que conocí en el training, porque hice un buen trabajo, porque la suerte y las bendiciones de mi mamá me acompañaron y porque siempre me recordé que por muy malo que esto fuera, no sería para siempre y sin embargo, los recuerdos positivos que yo me produjera, sí.

Entonces, sí, habría querido que mi familia fuese más generosa, los niños menos malcriados, que mi novio esperase por mí, que mis meetings fueran más divertidos y que la comida en esta casa tuviese un poco de sal de vez en cuando, pero en realidad, si miro hacia atrás no hay nada que me haya perturbado lo suficiente como para hacerme caer.

Y hoy termino esta experiencia justo como esa Vainilla en México, muerta de miedo y de excitación, de ambiciones y preocupaciones, lo deseaba: satisfecha y con ganas de mirar hacia adelante.


lunes, 3 de junio de 2013

Empacar

Resulta que voy a enviar mis pertenencias a mi nueva morada por correo tradicional para no pagar sobrepeso al abordar y así evitar que los magnates de las aerolíneas se compren otra casa en Hawaii con lo que me cobrarían por exceso de equipaje. De modo que, a menos dos semanas de mudarme, estoy empacando todo lo que adquirí en los últimos veintiún meses de mi vida y algunas otras cosas que me acompañaron desde México y sobrevivieron al exilio. 

Folletería de los lugares visitados.
Tan linda como inútil.
Comencé empacando la ropa invernal que ya no usaré en los siguientes días y depuré mi guardarropa embolsando esas otras prendas que han cumplido su ciclo de vida apareciendo en suficientes fotografías de féisbuc. Para las chamarras, usé bolsas que empacan al vacío, de modo que el bulto quedó comprimido y me ahorré mucho espacio (muy, muy recomendables. Cinco bolsas a veinte dólares en Amazon.com o Five Below). Los zapatos aún no los empaco porque siento que quiero usarlos todos, mientras que al mirarlos en fila me siento entre orgullosa y avergonzada de poseerlos: ¿cuándo acumulé veinte pares?

Parte de mi experiencia au pair la invertí planeando
una boda que jamás hubiera podido pagar.
Vacié mis cajones para decidir qué conservar y qué desechar, y me encontré con un sinfín de chácharas (la porquería materializada) que almacené a lo largo de mi estadía por las más variadas razones: flojera, aprecio o temor a desecharlo y necesitarlo después. Encontré un recibo de pago del curso de inglés tomado en enero de 2012, diseños a mano alzada del que sería mi vestido de novia, las cajitas de SENSA que compré cuando decidí que quería bajar de peso sin sudar -juro solemnemente no volver a ser víctima del telemarketing-, un fólder rojo y agrietado con mis estados de cuenta mensuales, los folletos que conservé como souvenirs de los viajes realizados,  mis agendas 2011-2013, así como también el set de pinceles y brochas que compré para nuestras cada vez más ausentes sesiones de art craft. Mientras que de mi corcho de pared aún penden algunas postales, un calendario, una tabla de conversión de medidas cortesía de Cultural Care, varias tiras de fotografías de cabina (sueño americano número 2894), una receta para enfrijoladas que nunca preparé, una corona de flores que me regaló Pepina y muchísimos pedazos de papel con contenidos tan variados que van desde listas de pagos por hacer, frases de autoapoyo para evitar el sucidio en la desolación, hasta el dibujo a pluma de un pequeño ponny que tracé en una tarde de aburrimiento. De todos esos artículos, como Darwin apuntó hace dos siglos, sólo sobrevivirán los que sean necesarios para repoblar mi nuevo hogar. Allá donde voy, no necesito un mapa de metro de Washington DC.

Por su parte, los artículos de uso personal aún no los empaco porque durante los siguientes trece días  aún necesitaré crema, mousse, astringente, y todos esos artilugios de uso femenino y metrosexual. Sin embargo, me encuentro doblando las dosis para depurar un poco la canasta, pues no quiero que a causa de unas gotas de sílica para el cabello mi muy ajustado presupuesto escape de los límites previstos.
A su vez, mi baúl de accesorios para arreglo personal, que durante el último año fue significativamente enriquecido por una señorita de nombre Claire (que es la versión gringa -y morada- de TodoModa) también tendrá que pasar por un riguroso filtro, al que no sobrevivirán los aretes que me lastiman ni las diademas que se me resbalan, a fin de hacer un poco más de espacio en la maleta de carry-on.

Mientras que mi ya armado rompecabezas de mil piezas de Sgt. Pepper lo podré transportar gracias a un adhesivo especial para rompecabezas armados por au pairs aburridas por las tardes (¡así dice el frasco!) que se aplica por encima y lo vuelve 342% más transportable, de modo que no tendré que numerar del uno a mil cada pieza del rompecabezas para volverlo a armar cuando llegue a casa.

Finalmente, bolsas, bufandas, guantes, mascadas y todos esos accesorios que siempre se guardan en el cajón inferior de nuestras cómodas, tendrán que pasar por el mismo proceso depurador. Tristísimo pero práctico.
Muchísima porquería que ya no continuará el viaje.

Y así es como uno vacía un año entero -o más- dentro de un par de maletas. Hacerlo  es motivador, casi tanto como nostálgico. Es estimulante saber que finalmente me estoy moviendo después de pasar tanto tiempo estática, pero no puedo evitar la nostalgia cuando me encuentro con esas fotitos mías haciendo caras raras junto a mis amigas que también hacen caras raras, o los dibujitos en crayones hechos por mis pequeños yankees con cariño para su au pair.
Empacar es, entonces, un recordatorio de que debemos seguir adelante, y también, de que una vez que nos ponemos en el camino, no todo lo que hemos conseguido puede acompañarnos de vuelta.