Una de las metas de este programa es lograr la vinculación afectiva entre cacique y chalán, es decir: host family y au pair. Se supone que el cuidador es más que un empleado pues se convierte en un miembro más de la familia, ya que es incluido no sólo en el presupuesto mensual de despensa y papel de baño acolchadito, sino también en la planeación de actividades y en la dinámica habitual de la familia. Esto, idealmente, da por resultado que a fin de año, la au pair tenga una segunda familia, y los hostparents una hija mayor adoptiva a quien enviarle postales navideñas hasta su país tercermundista.
Sin embargo, en casos peculiares de apatía afectiva, esto no ocurre; como es el caso concreto de la protagonista exclusiva de todas mis entradas: yo.
Aquí me han insistido con que me incluya en la familia. Que no termine mi trabajo a las 4.30 p.m., y suba a encerrarme en mi cuarto a partir de las 4.31, que lea en los sillones de la sala y no en mi recámara, que de vez en vez, vea una película en la sala de tele y que los acompañe a visitar a los abuelos ocasionalmente; pues finalmente esta familia es 'mi familia'.
Si bien no tengo ningún problema con mi inclusión en las actividades comunes de la familia, ni con interactuar con mis host-hijos en horas off, y es cierto que puedo decir que estimo a los habitantes de esta casa, nunca dejé de tener bien claro que ésta no es mi familia y que yo no vine aquí buscando un segundo hogar.
Yo no necesito otra familia ni me inquieta insanamente mantenerme en contacto con los Jenkins cuando regrese a mi país. Tampoco pretendo que me extrañen ni que los niños recuerden quién fue Vainilla, la mexicana que les construía naves espaciales con cojines y una raqueta, que los sacaba al frío sin suéter pero que compensaba su falta con azúcar y algo de cloroformo antes de la siesta. No estoy buscando que me quieran como a una hija ni que se interesen en mi vida como lo harían mis papás. Es decir: no necesito la ilusión de una familia adicional, para hacer mi trabajo.
Para mí, mis hosts son mis jefes y el bienestar de sus hijos es mi chamba. Vine aquí para trabajar y no espero tener una familia sustituta. Me son suficientes la amabilidad, el respeto y un chistorete mañanero para sobrevivir. No me siento la hija mayor de este matrimonio -porque además, la diferencia de edad es ridícula- y de ninguna manera espero que ellos asuman un papel parental conmigo.
Cuando me vaya, cerraré un capítulo de mi vida como tantas otras veces. No esperaré ver a los niños por Skype ni hostigaré a mi reemplazo con preguntas sobre sus nuevas vidas: "¿Y cómo le va a la pequeña Dorothee en el kínder? ¿Alguno se ha roto un hueso últimamente? ¿Todavía preguntan por mí?" No me dará terror saberme reemplazada y no esperaré que esta familia tenga demasiado interés en contactarse conmigo por otra vía que no sea féisbuc.
Sin embargo, en casos peculiares de apatía afectiva, esto no ocurre; como es el caso concreto de la protagonista exclusiva de todas mis entradas: yo.
Aquí me han insistido con que me incluya en la familia. Que no termine mi trabajo a las 4.30 p.m., y suba a encerrarme en mi cuarto a partir de las 4.31, que lea en los sillones de la sala y no en mi recámara, que de vez en vez, vea una película en la sala de tele y que los acompañe a visitar a los abuelos ocasionalmente; pues finalmente esta familia es 'mi familia'.
Si bien no tengo ningún problema con mi inclusión en las actividades comunes de la familia, ni con interactuar con mis host-hijos en horas off, y es cierto que puedo decir que estimo a los habitantes de esta casa, nunca dejé de tener bien claro que ésta no es mi familia y que yo no vine aquí buscando un segundo hogar.
Yo no necesito otra familia ni me inquieta insanamente mantenerme en contacto con los Jenkins cuando regrese a mi país. Tampoco pretendo que me extrañen ni que los niños recuerden quién fue Vainilla, la mexicana que les construía naves espaciales con cojines y una raqueta, que los sacaba al frío sin suéter pero que compensaba su falta con azúcar y algo de cloroformo antes de la siesta. No estoy buscando que me quieran como a una hija ni que se interesen en mi vida como lo harían mis papás. Es decir: no necesito la ilusión de una familia adicional, para hacer mi trabajo.
Para mí, mis hosts son mis jefes y el bienestar de sus hijos es mi chamba. Vine aquí para trabajar y no espero tener una familia sustituta. Me son suficientes la amabilidad, el respeto y un chistorete mañanero para sobrevivir. No me siento la hija mayor de este matrimonio -porque además, la diferencia de edad es ridícula- y de ninguna manera espero que ellos asuman un papel parental conmigo.
Cuando me vaya, cerraré un capítulo de mi vida como tantas otras veces. No esperaré ver a los niños por Skype ni hostigaré a mi reemplazo con preguntas sobre sus nuevas vidas: "¿Y cómo le va a la pequeña Dorothee en el kínder? ¿Alguno se ha roto un hueso últimamente? ¿Todavía preguntan por mí?" No me dará terror saberme reemplazada y no esperaré que esta familia tenga demasiado interés en contactarse conmigo por otra vía que no sea féisbuc.
Supongo que el problema es mío. Me doy cuenta de ello cuando mi hostmom me dice que no huya y que permanezca más tiempo con ellos, o cuando mis demás amigas au pairs agradecen públicamente -feis- por sus familias anfitrionas que las han acogido como si fuesen las propias. Y bueno: yo no me siento así. No olvido que ésta no es mi casa y ésta no es mi familia. Para mí, el año de au pairismo es eso: un año. No es toda la vida. Y no le encuentro utilidad a engancharnos emocionalmente con personas a las que no volveremos a ver después y con niños que no sabrán quiénes fuimos cuando tengan diez o quince años.
Yo no quiero una segunda familia para que cuando regrese a mi país, no deje de extrañarla. Tampoco me engañaré haciéndome creer que mis hostkidos son mis hijos para que cuando recupere mi vida, me aterre la idea de que ya no me recuerden o me halle reemplazada por una sonrisa alemana. No quiero usar mi tiempo libre gastándolo con mis niños para no encontrar diferencia entre mis labores y mi tiempo offduty. No quiero sentirme parte de una familia para que cuando nos visiten los tíos y tías, recuerde que en realidad no lo soy. No necesito consejos maternales tampoco. No requiero adherirme a todos los planes para sentirme integrada.
Y ustedes, hostfamily, no necesitan perder su intimidad, su química interna, sus rutinas y sus configuraciones, para que su au pair se sienta 'incluida'. ¡Bah! Toda au pair debería recordar que su hostfamily no es su familia, y toda familia debería tener presente que las au pairs pueden sentir afinidad, gratitud y aprecio por sus anfitriones sin necesidad de invertir su tiempo libre acompañándolos.