viernes, 30 de septiembre de 2011

Perderse.

Una de las primeras cosas que durante el match le pregunté a mi ahora hostfamily fue si tenían GPS. El hostdado dijo que sí y me bastó la respuesta. 
Pues hasta el día de hoy, el GPS había estado en su coche y yo había estado manejando a las escuelas de los niños, el súper, la biblioteca y otros lugares, usando únicamente mi amorfo sentido de orientación y mi enclenque memoria temporoespacial, mismos que no resultaron tan inútiles hasta el día de ayer, porque me permitieron regresar sin mayor problema hasta mi hostcasa. 

Sin embargo, ayer mi buena suerte cambió de auto y me abandonó en una carretera desconocida. Tomé el coche para salir sin rumbo. Tuve que pasar a la gasolinera a llenar el tanque. Pude hacerlo sin problema y sin golpear al coche de en frente. Pero al salir de ahí no pude retomar el camino que venía siguiendo, así que tomé otro. Y otro, y otro. 

Al principio no me estresó la idea de estar perdida porque sabía que no estaba demasiado lejos y que en cualquier momento podía llamar a mi hostcasa para dar aviso de mi ubicación. Así que decidí intentar llegar por mi propia cuenta antes de perder un poco de dignidad. Y anduve. Y anduve y anduve. Kilómetros enteros de carretera. El estrés empezó a apoderarse de mí cuando sólo veía más carretera hacia donde quiera que mirara. Ya no se veían casas, fraccionamientos o vías urbanas. Todo era una carretera que parecía terminaría en Alaska o en la punta contraria del continente. 

No podía detenerme. Tuve que continuar la marcha con mi poca experiencia en manejo de carreteras, razón por la que me volví blanco de constantes bocinazos de mis compañeros de viaje que reclamaban por no viajar a la velocidad en que ellos desearían. Imposible. No iría a más de cuarenta millas por hora y menos si quería poner atención a los letreros. Podría encontrar alguno que sonara familiar y no que me diera un mensaje de tipo "está usted muy, pero muy lejos de su casa". 

Manejé por tres horas. La misma cantidad de horas que separan mi ciudad de la ciudad donde estudia mi novio, y que dije que jamás podría recorrer en automóvil. Ahora sé que podría hacerlo. Seguí manejando, bien consciente de que no estaba llegando a ningún lado. En algún momento encontré un letrero que decía: "West Maryland" en un extremo, y "South Maryland" al otro. Fue una decisión al azar y seguí el camino de la izquierda. Llegué a una biblioteca, entré al estacionamiento y le hablé a mi hostdad reflejando en el temblar de mi voz, la angustia de alguien que se sabe perdido y que sabe, además, que sólo le queda ocho por ciento de batería en el celular.

Media hora después, mi hostdad llegó a la biblioteca y me dijo que lo siguiera. Para entonces ya era noche y yo jamás había manejado en carretera de noche. El camino a casa fue terrible. No pude mantener la velocidad recomendada. Los autos me rebasaban y pitaban, al tiempo que los del carril contrario me cegaban con sus luces. 

Agotada, hambrienta y estresada seguí a mi hostdad tan cerca como pude y después de lo que me pareció una eternidad en la carretera que lleva a casa, por fin reconocí señales amigas. Más tarde, llegamos a la casa. Estacioné mi auto y escuché el sermón más largo y estresante sobre manejar en carretera.

Perderse es terrible. Perderse siendo au pair es aun más terrible. Perderse siendo au pair, oscureciendo, y sin tener suficiente experiencia en ese tipo de escenarios, es quinientas veces peor. Ayer me fui a dormir pensando que me mandarían a rematch.

Pero no: lo que hoy conseguí fue que mi hostfamily se disculpara por no haberme provisto del GPS desde un inicio y hoy me han dado un aparatejo que habla solo -porque la mayor parte de las indicaciones las ignoro por soberbia humana- y que ha jurado dirigirme a la tierra prometida cuando yo lo solicite.

martes, 20 de septiembre de 2011

Cumpleaños

El fin de semana pasado celebré mi cumpleaños.
El sábado me fui a Washington con una au pair alemana, que vive cerca de mi hostcasa. Allá nos encontramos con otras au pairs que yo conocí en el training e hicimos el recorrido forzoso en Washington: La Casa Blanca, el Obelisco, la antigua oficina postal y otras construcciones cuyo nombre e importancia -que no debió ser mucha para mí- no recuerdo. Comimos hamburguesas de cinco dólares en un lugar simpaticón y pasamos toda la tarde visitando tiendas de ropa con mi creciente cara de cansancio y hartazgo.  Para finalizar el paseo, compramos un helado de yogur con libre elección de coberturas. Yo le puse al mío tantas como pude y cuando llegué a la caja, mi sonrisa azucarada desapareció al notar que el precio del helado se calcula en base a su peso. Casi siete dólares.

Al día siguiente -mi cumpleaños- mi hostfamily me regaló flores y me llevó a una tienda de ropa para que eligiera algo. Por la tarde, fuimos a comer a un restaurante de comida mexicana-salvadoreña, y pedí unas ricas enchiladas rojas, bastante aceptables. Mi hostdad me invitó una cerveza y pedí una Negra Modelo de nueve dólares, que una vez que llegó la cuenta, no le hizo gracia tener que pagar. ¿Y dónde quedó la dádiva con el cumpleañero?

Ahí, mi hostfamilia me dio una tarjeta de felicitación y un cupón de cincuenta dólares para gastar en la misma tienda de ropa de la mañana. Después, la bebé se echó encima su cantimplora de agua fría y todos huyeron a la casa, a excepción de mi hostdad y yo, que nos quedamos a esperar la cuenta. Mientras hacíamos plática bilingüe de sobremesa, aparecieron las meseras cantando 'happy birthday to you' y me ofrecieron un flan de cumpleaños. Muy sabroso a decir verdad.

Por la noche, comimos un cheesecake delicioso y entre los niños y yo soplamos las velitas cumpleañeras. Más tarde hablé a México con mi mamá. La recepción era mala y la llamada terminó perdiéndose, pero lo importante había sido dicho.

No fue el mejor cumpleaños de mi vida. Pero fue el mejor cumpleaños que siendo au pair, pude tener. Nada qué lamentar.

viernes, 16 de septiembre de 2011

¿Qué estudiar?

Ayer vino la LCC a mi hostcasa a leer conmigo y mis papás-patrones un pergamino con las ocho mil cláusulas que constituyen el contrato entre la au pair y la hostfamily. Nada nuevo:  no se pueden trabajar más de diez horas diarias ni 45 semanales, la au pair debe pagar la gasolina que se use en transporte personal, las reuniones mensuales son obligatorias y el seguro médico no cubre servicios dentales. 

Pero además de eso, su visita incluyó un amable folletín de la universidad más cercana para que le diese yo una revisada y me inscriba a un curso el año entrante, ya que los cursos de otoño ya comenzaron. Se deben tomar seis créditos o setenta y dos horas de clases (cada doce horas de clase equivale a un crédito). Yo tuve que asegurarme de esto, porque el folletín que me dieron dice muy claramente: "Fall 2011: NONCREDIT classes." De modo que, como mi LCC es un poco... inútil... tuve que checar el blog de la LCC de alguien más, y ahí ella explicaba muy claramente que se deben tomar seis créditos, o setenta y dos horas de clases en caso de tomar materias sin créditos.

Los cursos a tomar son variadísimos, y la heterogeneidad de sus títulos me confirman que a los gringos les sobran las ganas de aprender o el dinero. Hay cursos muy valiosos como,por ejemplo, 'Personal Human Resource Management' que a mí me serviría muchísimo, ya que recibiría nociones sobre manejo estratégico de personal, planeación, desarrollo, relaciones y riesgos laborales. Lo lamentable es que esos buenos cursos  -los que valdría la pena mencionar en un currículum- son carísimos. El curso que a mí me interesaba cuesta 1,125 dólares, y la familia sólo te asigna quinientos dólares para el fin.

De tal modo, que las posibilidades se cierran a cursos de naturaleza jocosa y de utilidad dudosa, tales como:
  • Cómo crear una organización femenil: en este país, a diferencia del mío, las activistas tienen un buen futuro y no mueren acribilladas a media calle como Marisela Escobedo. Así que para las que quieran ser como Erin Brocovich y tener su propia película después, éste es el curso indicado.
  • Cómo crear tu propia tienda en eBay: no, Google no tiene la respuesta. Así que, para ello hay un curso intensivo que indica cómo montar tu tienda en este famosísimo portal de compraventa.
  • Futuro fiscal, financiero y marital después del divorcio: para que se decidan o se arrepientan de una vez. Con este curso sabrán qué influencia tendrá la modificación de su estado civil en su próxima declaración de impuestos, su poder adquisitivo y el bienestar de su libido.
  • Principios y prácticas para vendedores de bienes raíces. Si su sueño en la vida es repetir incansablemente características sobre hechura y acabado de casas y departamentos, a posibles clientes que van desde recién casados, familias numerosas, hasta gays de clóset buscando independencia sexual lejos de su familia, éste es el curso que necesitan.
  • Presentaciones en Power Point niveles 1, 2 y 3. Si por alguna rarísima casualidad llegaron hasta el año 2011 sin saber cómo hacer presentaciones de Power Point, ¡ingresen al mundo de la submodernidad con este curso!
  • Terminología médica. No la práctica de la medicina, sólo la terminología. Así la próxima vez que vayas con un médico y te diga que padeces de cierto padecimiento raro, cuya etimología grecolatina escapa del entendimiento del mortal común ¡tú ya no necesitarás consultar un diccionario para entender que pronto morirás!
  • Inglés (gramática, conversación, hablado interactivo, lectura, mejoramiento de la pronunciación, enriquecimiento del vocabulario, reducción del acento, introducción al TOEFL, principios de escritura. Cada uno por separado.) Por si no es suficiente, hablar inglés con tu hostfamily todos los días, y comunicarte en inglés todo el tiempo (hasta para cuando dices 'salud' después de un estornudo), hay varias opciones para mejorar tu experiencia con el idioma. 
  • Chachachá. Unas cuantas clases y aprenderán a mover la cadera y los pies al ritmo de esta casi extinto pero sabroso ritmo.
  • Creación de películas caseras para recuerdo. Principios básicos para la creación y edición de videos no profesionales. Quizá también incluyan técnicas para mejorar la pornografía casera.
  • Trucos de magia para adultos. Como aclaran que es magia 'para adultos', quizá enseñen cómo sacar chicas desnudas de un sombrero de mago.
  • Qigong: el arte de cultivar la energía vital. No tengo idea de qué sea eso, pero para eso está el curso, precisamente.
  • Técnicas para el mejoramiento de la memoria. Para no volver a sufrir jamás por no recordar dónde dejaron las llaves de su auto, quién era esa persona que los saludó en el súper o cuál es el número telefónico de su hermano mayor, inscríbanse a este curso. ¡Es de lo más atractivo!
  • Desarrollo de la habilidad psíquica y de la intuición. Un plus para la paranoia. No tengo idea en qué se base este curso para lograr sus objetivos, pero plantea que a través de la asistencia continua a las clases, el estudiante logrará mayor sensibilidad ante los estímulos psíquicos del exterior. ¡Aprendan a leer las intenciones de las personas antes de que les digan siquiera su nombre!
  • Secretos de las reparaciones domésticas. Grifos que gotean, puertas que rechinan, calentadores que no calientan, ventanas agrietadas y cajones atorados, éstos y más desperfectos tendrán solución con este curso intensivo.
  • Reparación automotriz para mujeres. No sólo 'reparación automotriz' sino 'para mujeres'. ¡Arriba el machismo, señores! En Estados Unidos también las mujeres somos consideradas entes de inteligencia automotriz subnormal y requerimos un curso para que los mecánicos dejen de aprovecharse de nuestro bolsillo -que puede o no, estar lleno de dinero que proviene de nuestro marido millonario-.
  • Comunicación con animales. Cosa friqui. Te piden que lleves fotos de tus mascotas para aprender a sensibilizarte a sus señales. Si quieren intentar ser Dr. Dolittle y les sobran unos cien dólares, éste es el curso para ustedes.

Todas estas matrículas son serias y tienen un costo aún más serio. De modo que, al ser los cursos disponibles para las au pairs sin posibilidades de costearse un curso con utilidad laboral, ya le estoy encontrando el gusto a eso de comunicarse con los animales, a distinguir los cilindros del motor de un automóvil y a martillar los clavos salidos de las estanterías de esta casa.

Creo que estoy lista para conseguir mis créditos.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Sobreviviendo a la primera semana de trabajo

Aunque llegué en sábado, mi semana de trabajo como au pair comenzó oficialmente el martes, ya que el lunes se celebraba el día del trabajo, y los papás permanecieron en casa con ellos.

Mi rutina de trabajo no es difícil. Se trata básicamente de alimentar, dormir y entretener a dos niños, además de disfrutar del silencio cuando mis críos de alquiler toman sus siestas. Sin embargo, a pesar de las carencia de complejidad en mi rutina, esta semana me dio más de un momento para decir: "I give up!"

Mis hostkids son, certeramente, los clientes más difíciles que he tenido. El trato con niños no es sencillo, y mucho menos cuando uno está en casa de ellos. ¡Oh, gloriosos días de atender niños en un consultorio! Eso era triplemente sencillo y tenía miras mucho más nobles que sólo cumplir caprichos y mantener seguro a un pequeño bribón. No obstante, la semana ha sido bastante aceptable (aun contando los aiguibops). No sueño con convertirme en un integrante más de la familia ni con ganarme el amor perenne de los niños: me basta con que los adultos sean corteses y los niños me respeten, y en realidad he conseguido un poco más que eso.

Mi primera semana incluyó un par de times out con sus respectivas rabietas como antecedente, muchos pañales cambiados, una comida familiar con abuelos, una fiesta tequilera con au pairs de tierras cercanas, diecisiete millas recorridas en automóvil con confusiones de tránsito incluidas, algunos 'I love you, Vainilla' seguidos de otros 'I don't like you' provenientes de los niños, algunos huevos revueltos cocinados para ellos y muchas rebanadas de pan con crema de cacahuate para mí, un cheque depositado en cajero, varios episodios de frustración derivados de lo difícil que ha resultado cambiarle el pañal al bebé (patea, muerde y se retuerce: la más pura demostración de la etapa sádicoanal, según Freud), un par de kilos de ropa sucia acumulándose en mi canasto, muchos, muchísimos libros leídos antes de la siesta de medio día, dos paseos al lodoso parque con sus lodoso columpios, varios baños en bañera para los niños y muchos más para mí, mucho jugo de naranja y sobretodo:

Cero CocaCola.

Sólo intento sobrevivir.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Redoble de tambores... ¡Y tu hostfamily está aquí!

Conocí a mi hostfamily hace una semana. Después de cuatro días de entrenamiento en Nueva York, algunas chicas volaron para conocer a las suyas, y otras más, viajamos en los autobuses de Cultural Care para encontrarnos con las propias.
Luego de siete horas de camino, llegamos a un centro comercial donde nos encontrarían nuestras familias. A algunas afortunadas ya las esperaban, mientras que otras más y yo, tuvimos que esperar a que llegaran por nosotras. Después de un rato y de un embotellamiento mental de pensamientos pesimistas y optimistas que se cedían el paso entre sí, reconocí a mi hostdad caminando hacia mí.

El recibimiento que me dio mi hostfamily fue bueno. Hubo sonrisas, cordialidades, globos , recorridos guiados por la casa y comida recién hecha. Suficiente para mí. Los niños parecían sentir más curiosidad que aprecio, pero bastó, al menos por ese día.

Ese mismo fin de semana, conocí a los dos pares de abuelos y al igual que los papás, fueron muy amables conmigo. Quizá por la subordinación de la que me saben objeto, o quizá porque creen en el valor de la amabilidad al desamparado en tierra extranjera, pero me trataron con bastante amabilidad y cortesía. Nada de qué quejarme. Por lo menos ese fin de semana en que me volví un anexo de la familia Stevenson.
Ahora bien: uno no llega a casa de la nueva familia y la conoce ese mismo día, así como tampoco se logra tener una idea completa de su funcionamiento por más preguntas minunciosas que se hagan durante el match. Se requieren tiempo para  entender todas las dinámicas de la familia: la relación entre los papás, las normas de respeto que hay en la casa, la manera en que lidian los niños con las figuras de autoridad, el humor de la familia, la capacidad o incapacidad de los niños para manejar la frustración, el apego que sienta la familia por el orden y la organización, la sazón que tiene el cocinero en cuestión para preparar sus platillos, y las costumbres extrañas que pueda tener la familia, por ejemplo. 

En mi caso, lo primero a lo que tuve que acostumbrarme fue a estar descalza. Aquí, la regla número uno para habitar la casa es quitarse los zapatos antes de entrar. Raro al principio, cómodo después. También tuve que acoplarme al minuto de silencio que se hace antes de la comida, mientras todos nos tomamos de las manos y usamos el tiempo para agradecer por los alimentos (aunque yo en realidad sólo pienso: "¡vamos, terminen ya sus rezos, que muero de hambre!"). De igual manera, tuve que restarle el estrés que me producía ver a los niños brincar en los sillones y aún trato de entender que aquí no hay problema con comportarse de otras formas que a mí me habrían valido más de una docena de nalgadas. También tuve que aprender a separar mi basura para poder arrojarla en el contenedor apropiado: restos de comida que sirven para composta, restos de comida que no sirven para composta, papel, plástico, aluminio, y basura inútil en general; cultura que en México está poco difundida (o quizá, bien difundida pero poco practicada).

Pero no todo es malo o raro. Ahora también trato de adoptar un encantador hábito de mi hostfamily: ellos se ríen todo el tiempo, aun cuando las cosas no van bien.

...Bueno, no. No engaño a nadie. A mí eso de sonreírle a la vida no se me da. Pero tenía que encontrarle un final bonito al post. El punto es: llegar a vivir con otra familia es una locura, porque absolutamente todo es distinto en su proceder, pero el viaje para descubrirlo es muy interesante.

martes, 6 de septiembre de 2011

Training

El training es la semana sweet del año de toda au pair: es como regresar a la universidad pero en otro país. (Si estudiaste la universidad en otro país, entonces sólo es como regresar a la universidad).

Sobrevivir durante su curso es muy sencillo: se trata de ser puntual en clases, perder la pena a cambiarte de ropa frente a otras personas, desarrollar paciencia para hacer fila, y sobretodo, siempre llevar la llave del cuarto a donde quiera que uno se mueva.

El training está hecho con el fin de informar a las nuevas au pairs sobre medidas de seguridad, cuestiones de salud infantil, legalidades e ilegalidades de los Estados Unidos, así como para, supongo, ayudar a la práctica del inglés antes de llegar con la que será la familia anfitriona. Para eso, los maestros piden que durante las clases todo se hable en inglés, aunque es difícil no buscar el común de nuestro idioma. Las francesas y las suizas hablarán francés entre ellas, las alemanas y las austriacas hablarán alemán, y las latinas hablaremos español entre nosotras; así que es imposible no usar nuestra lengua natal. Sin embargo, no es mala idea empezar a perderle el miedo a hablar inglés, además de que eso permite poder acercarse a au pairs de otros países y conocer un poquito más sobre el suyo. (Eso sí: las suecas son sangronas y creen que nadie las merece, así que no se sientan mal si en un inicio rechazan el contacto).

Yo aprendí algunas cosas de interés cultural, como que en Estados Unidos puedes pasar un año en la cárcel por comer una uva en un súpermercado, por ejemplo. Que es ilegal dejar a un niño dentro del coche aun por instantes, aunque en mi país, no es inusual que las señoras se bajen del coche a comprar un kilo de tortillas mientras dejan al niño esperando dormido en el asiento. Que no se le debe dar miel a un bebé y que en este país a los niños no se les da comida que no les guste. 
Tuve también, un buen rato de entretenimiento conociendo canciones infantiles de otros países y descubriendo que Pimpón tiene una versión en japonés, así que es probable que la tenga en todos los idiomas existentes.

De igual forma, dediqué mis tardes a conocer el campus que es enorme, a conectarme a internet en los  calurosos pasillos, a comer como si el mundo fuese a terminar, y a hacerme de amigas con las que espero mantenerme en contacto todo el año. También hice el viaje a New York City por cincuenta dolaritos. Hay chicas que tienen suerte de que sus familias les paguen el viaje, pero no fue mi caso y tuve que hacer valer mi primer tostón americano. Allá me tomé todas las fotos que pude en Times Square, conocí el Rockefeller Center, vi el Empire State, compré  en diez dólares la playera que todo turista debe tener en su clóset: ésa que muestra nuestro afecto a NYC, y comí un baguet carísimo de pollo apestoso y picante. 

La semana -o cuatro días- del training pasan rapidísimo, y dan paso a la gran experiencia de vivir con una familia, hablando un idioma que no es el tuyo y adaptándote a normas nuevas. Después llegas a tu casa y agradeces tener baño, regadera y lavabo en un mismo cuarto; te sientes afortunada de vivir en un segundo piso y no tener que subir un centenar de escalones para llegar a tu habitación, y aprecias el hecho de poder desvestirte cómodamente sin preocuparte por los que puedan ver las partes recónditas de tu cuerpo que durante cierto tiempo sólo has reservado para tu novio -o  en su lugar, un grupo selecto de personas-. Sin embargo, cuando gozas de la comodidad de nueva morada, por momentos extrañas el coctel de personalidades caminando por los pasillos mientras escuchas un balbuceo de lenguas initelegibles para ti, las filas terribles para recibir una porción ridícula de comida y sobretodo, el hecho de saberte comprendida por otras personas de tu edad, que provienen del mismo lugar que tú y que están viviendo la vida de la misma manera que tú.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Aiport nightmare

Mi mayor miedo era perderme en el aeropuerto y por consecuencia, perder el vuelo. No era tan descabellado mi temor, ya que tendría que hacer la conexión de mi vuelo en el segundo aeropuerto más grande de Estados Unidos: El Fort Worth.
Sin embargo, un poco de suerte, sumada a una gran atención derivada de mi terrorífica visión de mí misma llorando desolada en un aeropuerto extranjero, hicieron que todo saliera perfecto. Al bajar del avión se debe pasar a migración. Las filas son enormes, pero la atención es buena y rápida. Yo tenía terror de no encontrar la sala de migración, pero no había por qué preocuparse: ellos no te dejarán pisar su país si no haces el papeleo correspondiente, así que TE HARÁN LLEGAR a migración. Después de ahí, tuve que recoger mi maleta, que era mi mayor miedo (no encontrarla, no poder cargarla, tener que pasearla por todo el aeropuerto hasta encontrar mi vuelo… ) sin embargo, no había mucho qué temer: sólo hay que investigar en qué terminal y banda se recoge el equipaje. Generalmente, las bandas tienen una pantalla que muestra de qué vuelo proviene el equipaje, pero hay que saber en qué terminal debes estar, así que pueden consultarlo vía WiFi en la página del aeropuerto. De ahí, hay que pasar inmediatamente la maleta por la banda que la llevará a su destino final. Cosa fácil.

Luego, tuve que buscar el ‘skylink’ para llegar a la otra terminal. Si han viajado en metro, sabrán cómo es este sistema. Llegué a mi terminal, entregué mi boletería y abordé. Después de tres horas y media estaba pisando tierra neoyorquina. Los aeropuertos están perfectamente señalados y no hay razón para perderse. Eso es una tranquilidad para mí, que nací sin sentido de la orientación y con fallas en mi inteligencia temporoespacial, así que pude ir al baño y después recoger mi maleta sin perderme. ¡Todo un sueño!

Lo malo fue que una vez que recogí mi equipaje, cometí el fatalísimo error de salir del aeropuerto y esperar por la persona que me recogería, en la acera de los taxis. Después de dos larguísimas horas esperando de pie, llamé a CC y les dije que nadie me había recogido. Me regañaron, por supuesto, y me dijeron que volviera a entrar y buscara a la persona en la zona de equipaje. Apenas me acerqué y vi al señor con su letrero de Cultural Care Lost Au Pairs. Fui muy feliz después de dos larguísimas horas de angustia y dolor de panza por creerme abandonada.

Una vez encontrada, subí al autobús y llegamos al campus. Entonces supe que había tenido mucha suerte ya que muchas chicas mexicanas no llegaron porque sus vuelos se habían pospuesto hasta el miércoles o jueves de esa semana debido al huracán. Otras perdieron sus vuelos y unas más tuvieron modificaciones en el vuelo de conexión así que tuvieron que dormir en hoteles.
Así que sí: esta semana fui una chica afortunada.