domingo, 25 de diciembre de 2011

Navidad Rock.

La Navidad sin duda, es uno de los grandes contenidos del intercambio cultural. Así que, en la búsqueda de nuevas vivencias, me abrí a la experiencia y esperé a que la Navidad gringa me mostrase todo lo que tenía que dar.

Bueno, no fue demasiado distinto, en verdad. No es como ir a Israel a celebrar Hanukkah o el Ramadán en naciones musulmanas, sino que se trata de una festividad que no nos es ajena y que está rodeada  de parafernalia a la que ya estamos habituados, pues la Navidad no es una exclusividad gringa, aunque el consumismo sea más desbordado e imprescindible aquí.

Pues bien, el día 24, tuvimos nuestro 'dinner' de la manera habitual (pasta con espinacas a las 6.30 p.m.) en lugar de darnos un festín calórico como haríamos en México en Noche Buena; y más tarde vinieron los abuelos, tíos y tías para cantar villancicos -sí, sólo a eso vinieron-. Fue algo medio ridículo pero debo confesar que moría de curiosidad y que hasta lo disfruté. Después de los villancicos, todos se despidieron y quedaron de regresar al día sigiuente.

Esa noche se quedó dormir la bruja que tuvieron por au pair el año pasado (sí, sí, fue una buena au pair y evidentemente ellos la estiman, pero es una bitch y no la tolero) así que el 25 muy temprano abrimos nuestros regalos junto a los niños. Para ellos, dos toneladas de juguetes que hicieron que mis insignificantes regalos se vieran precisamente insignificantes; mientras que para mí, la lista incluyó muchos dulces, chocolates, una playera, un esmalte para uñas, sombras para párpados y cincuenta dolaritos en monedero electrónico para quemar en el mall. Mucho más de lo que habría podido esperar.

Después de los regalos, llegaron los abuelos y las tías para desayunar. Cada quien con un bowl distinto, así que terminé almorzando fresas, blueberries, pay de espinacas, tocino, un crossaint y mucho jugo de naranja. Mal no la paso.

Habiéndose ido -ahora sí para no volver- los invitados, subí a pegar oreja en la almohada y volver en mí hasta tarde para ir a tener la dichosa Cena Navideña, que equivaldría, como dije, a la Cena de Nochebuena en México. Es decir: en México celebramos la Navidad una noche antes, y al día siguiente, la gente recalienta lo que restó y no asoma ni las narices porque está demasiado desvelada o tiene una resaca imperdonable que no hay tal celebración perinavideña.

Afortunadamente, para esa hora del día, la bruja ya se había ido -las chicas que no serán la primera au pair de la familia, por favor asegúrense de hablar con su antecesora- y los niños habían vuelto a la normalidad. Cosa común: los niños te adoran, pero si los visita la antigua au pair, prepárate para una dosis mayor de lenguas de fuera, muecas de malcriadez, y frases de tipo: "I don't love you, I love Fulanita." Comprobado y ratificado por mi hostmom en cada ocasión que una ex au pair ha regresado a visitarlos.

Fuimos entonces a casa de los abuelos y ahí, con la mantelería y la loza de lujo -de ésa que guardas para la pedida de mano de la menos gorda de tus hijas- celebramos nuestra cena navideña. No sé de qué otra forma decirlo: ellos no celebran Navidad, sino una cena navideña. ¿Y cómo habrían de celebrar Navidad si los niños ni siquiera saben quién fue Jesucristo? Jamón, crema de elote, chícharos y más crossaints fungieron como víctimas de nuestra hambruna decembrina.

Y después de ello, dimos lugar para lo más esperado por chicos y grandes -aceptado abiertamente por los primeros, pero nulamente por los segundos, debido al trip de 'lo importante es convivir con la familia y celebrar que Jesucristo nació' en el que estamos obligados a mantenernos-: ¡los regalos!

Me senté en un sillón para ver cómo mis hostkidos, únicos nietos de este par de abuelos, desenvolvían más y más regalos. "¡Por Dios, van a tener que llamar a una grúa para cargar todo ese mugrero!" pensé. No presté mucha atención a las etiquetas de los regalos, porque ya sabía cuál era el mío: una taza envuelta en papel que no camuflaba su forma en lo absoluto. Sin embargo, gratamente me sorprendieron al entregarme otra bota navideña cargada de dulces y un regalito más. Y otro. Y otro. ¡Y otro!

Al final salí de casa de los abuelos con la taza, los dulces, 15 dólares en monedero electrónico para Starbucks, 50 dólares para gastar en iTunes, un vestido, un paquete de tines, y una riquísima pijama de franela que justo ahora traigo puesta.

Después de la intensa sesión de regalos (no había secretado tanta adrenalina desde que estuve en el aeropuerto de Dallas haciendo la conexión de mi vuelo, temerosa de perder el de enlace) volvimos a casa a prepararnos para dormir y recomenzar una semana más de trabajo.

Hoy cierro los ojos sabiendo que me quedan golosinas para subsistir por lo menos los siguientes treinta días, y que la Navidad en Estados Unidos también puede hacerme feliz.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Comer.

Yo tengo unos hábitos alimenticios bastante malos. No me gustan las verduras, me encanta freír todo (gracias, México), soy amante de los postres, siempre como entrecomidas, nunca me niego un antojo, jamás consumo alimentos reducidos en grasa o azúcar, y sobretodo, considero que comer es un placer y no la respuesta a una necesidad fisiológica.
Entonces llego a este país donde existen ocho mil marcas de comida chatarra y muchas más de comida preparada lista para freír, que jamás probaría aun teniendo la receta (como los camarones fritos con yerbas jamaiquinas que compré ayer). ¿Y qué sucede, entonces? Bueno, pues me encanta comprar. 

Cada semana voy puntualmente al súper y compro lo que necesito y lo que no. Compro mi comida de la semana (la que voy a prepararme y la que está lista para servir), y una dotación generosa de comida chatarra. También visito los pasillos de comida latina para surtirme de imitaciones de la comida que más extraño de mi país. Entonces regreso a mi hostcasa con mis bolsas del súper llenas y...

Tengo que esconderme.

Tengo que correr con mis bolsas hacia el congelador para dejar ahí el helado semanal, las carnes y los congelados; y después de esa escala, subir a mi cuarto y esconder mis bombas calóricas en mi cajonera. Me siento como un ratón cuando toma un trozo de queso del piso y corre hacia su agujero de pared para comérselo a gusto allí. El problema es cuando, como ayer, no logro llegar invicta ni al congelador porque me encuentro a mi hostmom y sus terribles muecas de disgusto, en la cocina.

Comentario a parte: las cosas con mi hostmom no van precisamente bien. Entonces, llego a la cocina con mis bolsas pletóricas de comida chatarra y me recibe con un gestito sangrón de admiración fingida. Y remata: "I can't understand why you buy food in every chance you have!" Bueno, me la pelas. Cuido a tus hijos ¿no? Les doy su porción diaria de chícharos y jugos orgánicos, leche sin grasa y fruta deshidratada ¿no? Nunca como en frente de ellos y cuando traté de esconder mi comida chatarra para que no la vieran, me regañaste y me pediste que la guardara en la alacena. Tú me pagas por mi trabajo y yo soy libre de gastarlo en lo que me venga en gana, así sea un viaje semanal a Europa con 195 dólares, o cien cajas de condones de colores, o bien: mucha comida chatarra, que al final, obstruirá mis arterias y no las tuyas.

Entiendo que ésta no es mi casa y que soy un modelo a seguir, incluso en mis días off. Entiendo y acepto que debo apegarme a sus normas, pero entonces requiero que me las expliquen claramente y no que me critiquen dulcemente por algo que jamás me explicaron me estaba prohibido (y aseguro que si me hubieran dicho que me estaba prohibido comer chatarra, no habría aceptado el match).

Antes de salir de la cocina, insiste: "compraste pizza para toda la semana y aún así sigues comprando comida." Tenía una cuponera, así que pedí una pizza y me mandaron otra. Guardé en el refri lo que no me comí. Pero aquí, con la cultura del desperdicio con la que esta gente nace, es imposible aceptar que su criada mexicana, quiera conservar en refrigeración la comida sobrante para comerla después.

Y no, no tengo un vacío existencial que intente llenar con comida ni como chatarra porque esté deprimida. Simplemente disfruto comer como otros disfrutan beber, dormir o leer, por lo que me frustra  ser criticada por esa afición mía; y tener que esconderme o justificarme por hacerlo.

Luciérnaga y yo decíamos que cuando las cosas van mal, se tiene un mal día, el estrés ahoga, el cansancio impera; poder cenar a gusto contrarrestaría parte del malestar. Saber que al final del día, te espera un momento de tranquilidad en el que sólo tú tienes cabida, y durante el cual puedes disfrutar de algo tan trivial pero monstruosamente restaurador como un muffin de doble chocolate; es un gran aliciente.

Y bueno... yo no lo tengo. Me quedan nueve meses de comer a escondidas en la oscuridad de mi madriguera.


viernes, 25 de noviembre de 2011

Au Pair-anoia.

Cuando llegas a este país, lo primero que notas es que los automovilistas le ceden el paso al peatón. Pero enseguida, lo más notorio y evidente es que Estados Unidos en un país de gente paranoica.

Tienen medidas de seguridad exhaustivas al abordar un avión, al manejar, al llevar a un niño a la escuela, al cocinar, al alimentarse, al desechar desperdicios. Para todo. Sin embargo, a ellos les ha funcionado y gracias a sus sistemas, tienen años siendo un país que ofrece buena calidad de vida para sus habitantes.

...El problema viene cuando la paranoia alcanza a las au pairs.

Hace un par de fines de semana, salí con mi amiga paisana au pair a dar un largo paseo por la urbe gringa más próxima. Para ello, debimos dejar 'nuestros' autos en las estaciones de metro desde donde nos movimos. Yo dejé mi coche estacionado en la acera que decía "kiss and ride" mientras que mi colega au pair dejó el suyo frente al parquímetro al que sólo le depositó en centavos el equivalente a dos horas de estadía. A punto de abordar el tren y viajar felices a nuestro destino, quisimos asegurarnos de haber hecho el procedimiento correctamente, porque nos atacó la paranoia: ¿qué tal que no los estacionamos donde era? ¿qué tal que los parquímetros no funcionan como en México?

Jocosamente, estábamos en lo cierto.

Estacionarse en 'kiss and ride' significa que tienes derecho a estacionarte por un espacio breve de tiempo, mas no que puedes dejar tu coche todo el día. Por otra parte, a los parquímetros debes ponerle en centavos el equivalente al tiempo que pretendas tardarte, y no poner menos, esperando que si tardas un poco más, puedas compensar la diferencia pagando antes de retirarte, porque tu coche será remolcado en cuanto la pantalla del parquímetro diga 'expired'.
Así que una vez sabiéndolo, tuvimos que correr hasta nuestros coches y hacer las correcciones pertinentes: cambiarlos de lugar a un espacio donde pudiesen estar el tiempo necesario sin ser remolcados.

Esto no parece el big deal, pero para nosotras realmente lo fue. Cuando le dije a Luciérnaga -mi amiga au pair- que no estaba segura de haber estacionado el coche en el lugar correcto, esperaba que ella dijera algo como: "¡No te preocupes! Si había rayitas en el piso, es suficiente motivo para dejarlo estacionado cinco días seguidos si es necesario", pero en lugar de eso, obtuve una mueca dubitativa y un: "¡Te acompaño a que lo cambies de lugar, we!" Mismo caso al revés.
Aquí, creo, hasta la persona más relajada termina por estresarse un poco. Más, si eres una au pair. Cuando llegas aquí, te olvidas del relax: te hacen saber que la gente demanda por todo, y  el municipio usa grúas hasta en domingo. Y encima está el hecho de que ni siquiera es tu auto, o tus hijos los que están siendo remolcados: son prestados, son gringos y tú eres un extranjero sin ninguna protección legal (salvo Amnistía Internacional en el caso de que quieran dilapidarte. Porque la verdad, no confío para nada en la protección legal que el seguro de Cultural Care proporciona).

Aquí todo funciona distinto. En México, por ejemplo, si una persona desconsiderada -y floja- se estaciona en un lugar para minusválidos, ganará el repudio de aquéllos que sí tengan consciencia social, pero nada más. Aquí, eso se resuelve con una multa de 250 dólares. Allá te estacionas en un lugar prohibido y pierdes tu placa, aquí se toman la molestia de remolcar tu coche. Allá los niños hacen mandados desde que aprenden a sumar, aquí es considerado explotación infantil. Allá te multan si te descubren  manejando con aliento alcohólico, aquí te arrestan. Mismo caso con encontrarte pidiendo ride.  

Interminable es la lista como interminable la paranoia.
 
En este país, la probabilidad de cometer un error es mayor porque aquí se consideran ilegales o reprobables  acciones o costumbres que en otros países son usuales. Acabo casi de irme a rematch por dejar a mi hostkid en la puerta de la escuela a la vista de la maestra de deportes, en lugar de dejarlo en su salón de la mano de su maestra regular. En la escuela se hizo un alboroto y hasta estuvieron tentados a llamar a Protección Infantil. De modo que, con antecedentes como ése, y de la probabilidad de encontrar que tu coche ha sido remolcado por haberlo dejado en el cajón de 'kiss and ride' es imposible que la paranoia se tome un descanso.

Creo que ya hasta miedo tengo de estornudar.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Driving advices

Me preguntaron qué consejos daría para las chicas que tendrán que manejar acá y que no tienen demasiada experiencia.

Pues bien. Yo confieso:
Cuando yo llegué aquí, JAMÁS había manejado sola. Mi experiencia al volante había sido siempre con un copiloto a bordo: mi mamá, alguna amiga, exnovio, o instructor de manejo, por lo que siempre conté con la ayuda y en cierta medida, la supervisión de alguien. Además, no sabía cómo estacionarme salvo de batería. No tenía idea si quiera de cómo funcionaban las luces de un auto, pues siempre había conducido de día. La función de los espejos retrovisores laterales era un misterio para mí. Es decir: mi experiencia era prácticamente inútil para lo que mi hostfamily requería de mí. Si bien, yo aprendí a manejar hace muchos años (2006) y en estándar, mi práctica siempre fue ocasional y discontinua.

Así que tenía yo doble desventaja en cuanto a manejar refería: por un lado, mi inexperiencia; y por el otro: las diferencias culturales respecto a normas de vialidad, que hacen que tu experiencia sirva un poco menos.

Mi recomendación número uno es que no acepten a una familia que requiere servicio de transporte para sus hijos, a menos que tengan suficiente experiencia. Acepten solamente sólo si van a utilizar el auto para su transporte personal, pero no si van a transportar a los niños. Esto es porque una de las mayores causas de rematch es la inconformidad de los hostparents con respecto al driving de sus au pairs, ya que no quieren exponer a sus hijos a un riesgo innecesario, cuando hay muchas safe drivers esperando por un match. Además, aunque en su país latino manejen bien, los papás gringos son un poco paranoicos al respecto: supe de dos au pairs -con suficiente experiencia sobre ruedas- a las que tuvieron que contratarles instructor de manejo para que los papás estuviesen tranquilos; por lo que  si a esas familias llega una au pair que no está segura ni de cómo encender el auto, muy probablemente su largo año en el extranjero termine siendo una corta quincena.

Yo me arrepentí terriblemente cuando tuve que empezar a manejar aquí y mi hostdad se dio cuenta de que experiencia no tenía y miedo sí. Afortunadamente, tuvieron paciencia conmigo y aunque empecé a manejar apenas llegué, no me dejaron sola sino hasta después de un mes en el que se aseguraron que entendía bien las señales de tránsito y me sentía medianamente segura con mi desempeño manejando.

Ahora, ya tomo el coche para llevar a los niños a donde se necesite, y también lo ocupo para mi transporte personal aunque sean distancias relativamente cortas. Le perdí miedo a la carretera, aunque aún no manejo en highways. Manejo de día o de noche, con o sin lluvia. Ya no ando a veinticinco millas por hora, sino que me ajusto al límite de velocidad. Ahora siempre espejeo y ya no me siento como si tuviese ceguera temporal. Tomo las curvas sin temor a salirme (manejo mayormente en carretera). Y desde luego que sigo siendo pésima para estacionarme y por ello, siempre escojo los cajones más alejados para asegurarme de tener suficiente espacio.

En general, he mejorado mucho, y tanto mis hostfamilia como yo nos sentimos más confiados con ello. Sin embargo, sé que tuve mucha suerte de encontrar a una familia que fuese paciente. Así que mi recomendación es, como dije, mejor no arriesgar su inversión (quince mil pesos aproximadamente) si no tienen suficiente experiencia. Yo tuve días de estrés tan intensos en los que me arrepentí terriblemente haber aceptado a la familia, y la verdad es que el insomnio, la angustia, y el deseo de que se roben tu coche durante la noche no es algo que una au pair debería experimentar. 

Ahora bien, si ya aceptaron y les está entrando mucho nervio (y con mucha razón), mis recomendaciones son:
1.- Si van a manejar en carretera y nunca antes lo han hecho -como yo-, manténganse sobre la velocidad máxima permitida. Es más peligroso ir lento y que las vayan rebasando por el carril contrario, que ir a una velocidad constante aunque sea mayor de la que están acostumbradas a manejar.
2.- Ajústense a las normas de tránsito -las de cortesía y las de señalización- como nunca antes en su vida. Usen sus luces direccionales, denle el paso al peatón SIEMPRE, no superen el límite de velocidad porque aquí hay cámaras.
3.- Cuando manejen con sus hosts, aprovechen para preguntar el significado de todas las señales de tránsito que no tienen en su país. Pongan atención a los semáforos y pregunten cómo funcionan las luces en ellos. En México, por ejemplo, está prohibido dar vuelta a la izquierda sin una flecha verde que lo indique. Aquí existe una especie de 'vuelta a la izquierda continua con precaución' si el semáforo está en verde, aunque no tenga flecha.
4.-Si aún no son muy buenas estacionándose, elijan cajones alejados aunque tengan que caminar más. Al menos, mientras se habitúan al coche y pueden calcular bien sus distancias. Es preferible dar algunos pasos, que un golpe. Además, no se angustien. Yo no he visto un solo estacionamiento donde pidan entrar de reversa.
5.- No anticipen a su hostfamily que tienen miedo o se sienten inseguras. Créanme: lo notarán por sí mismas.
6.- Al maniobrar de reversa, no olviden mirar en todas direcciones. Hacia atrás, a los lados con los retrovisores y sin descuidar el frente. Ya sé: una tortura pero es posible.


Creo que es todo. Si recuerdo algo más, lo añadiré.

Mientras, practiquen tanto como puedan.

miércoles, 26 de octubre de 2011

De los que se quedan.

Ayer, en mi rondín habitual por féisbuc, me enteré que mi hermana menor fue asaltada el día de ayer por tres cholos armados con pistola, que irrumpieron el local comercial donde ella se encontraba. Tirada en el piso junto con los demás clientes del negocio, mientras los hijosdeputa los pateaban al tiempo que los saqueaban sin dejar de apuntarles con sus armas en ningún momento, ella supo que su vida dependía de la salud mental y de la culerez de los animales en cuestión, que en menos de medio segundo y con un  insignificante chasquido producido al jalar del gatillo, podrían decidir terminar con su vida en cualquier momento.

En México, mi amado y añorado país, tristemente ése no es un escenario inusual. Sin embargo, no deja de ser indignante y atemorizante cada vez que ocurre en un perímetro al que estamos habituados. No hace mucho, mi novio y yo también fuimos asaltados por un tipo que con una navaja-cuchillo-espada de esgrima-no sé nos hizo despojarnos en dos segundos de lo que nos había llevado meses ahorrar para conseguir. Y aunque salimos 'bien librados', no dejó de parecernos escalofriante, y ambos coincidimos en que jamás podríamos acostumbrarnos a vivir así, y a verlo con normalidad cada vez que nos ocurra, ya sin sentir miedo, rabia, indignación o frustración.


Mi hermana está bien, afortunadamente. Se quedó sin celular y sin cartera, pero no tiene más qué lamentar.  Sin embargo, yo, a miles de kilómetros de casa  (3781 kilómetros según Google Maps, y 3100 según tutiempo.net), sí lamenté ayer, no estar con mi familia. Como decía, me pareció indignante, repulsivo y frustrante. Que alguien, salido de nowhere, llegue al lugar donde desafortunadamente estás tú y, abracadabra, "esto es un truco de magia y desapareceré todo lo que traigan. No me importa si todavía lo están pagando o si lo necesitan para llegar a fin de mes." Además, de que, claro, existe la posibilidad de que el acto final del show, incluya el viejísimo pero impactante truco de la bala escondida en el cerebro de alguno de los asistentes.

Sé que no fue el gran evento y sé también que nada habría cambiado si yo hubiese estado ahí, pero aun así, anoche sentí muchas ganas de estar con mi familia. Además, mi particular situación y enfermo funcionamiento intrapsíquico, me hicieron blanco de la culpa por haber mejorado mi calidad de vida -en cuanto a seguridad refiere- mientras que mi familia se quedó en un país que empeora cada día, donde ya ni siquiera te salvas con ser modesto y no alardear de tus nuevas adquisiciones, donde ya las recomendaciones escapan al: "no subas fotos de tu coche a féisbuc" porque ya te asaltan o secuestran aun cuando eres un obrero que gana el salario mínimo y piden rescates millonarios a familias humildes que jamás podrían reunir tales cantidades, donde ya ni siquiera la hora es un marcador para confiar porque los asaltos ocurren en días soleados a la puerta de tu casa, donde cualquier haragán tiene acceso a un arma y decide que no desea trabajar más el resto de su vida, donde las organizaciones delictivas piden una cuota mensual a los empresarios y comerciantes -prósperos o no- para dejarles trabajar.

No es que viva con el chicote flagelándome por mi decisión de dejar a mi familia: aprovecho esta experiencia tanto como puedo para que cuando regrese a la vida de la que me vine huyendo -asaltos incluidos- me sienta satisfecha de haberla exprimido en su totalidad. Sin embargo, con mis atropellados sentimientos, sé que nunca dejé de estar allá. Que la mitad de mi deseo y de mi ímpetu aventurero está amarrado a lo que dejé allá, y a lo que he de encontrarme cuando vuelva.

No es ésta una entrada que piense demasiado, ni una que pretenda hablar sobre algo que resulte común para todas. Ni siquiera entiendo bien hacia dónde estoy yendo con las palabras aquí expuestas. Quizá es sólo la constante incertidumbre, que a veces se calma un poco cuando el corazón siente confianza.

 Y es que, cuando decides venir para acá por un largo año, estás renunciando a TODO. Porque no hay garantía de que cuando regreses vayas a encontrarlo de vuelta. Te imaginas a tus papás recibiéndote de vuelta en el aeropuerto y a tu perro orinándose del gusto de volverte a ver (con o sin sonsonete de Ringo Tovar). Piensas que tu casa estará ahí para recibirte de vuelta y que la gente que conoces no será abducida por un OVNI.

Pero no sabes si eso va a pasar.

Parece fácil considerarlo e incluso evidente dentro de los riesgos de cualquier viaje largo, pero  la verdad es que no nos lo imaginamos, hasta que recordamos la fragilidad de la vida misma. Cuando recordamos que nuestra vida y la de los nuestros no sólo depende de nuestra salud y de la probabilidad de evitar un accidente común como que te atropellen o te caiga un yunque en la cabeza, sino también del humor de un marihuano armado con una pistola y con ánimos de asaltar el café donde nos encontramos, es entonces cuando en verdad lo consideramos, y hasta entonces sentimos el escalofrío pertinente.

Un largo año. Ellos allá y tú aquí.

domingo, 23 de octubre de 2011

Historia de un baño.

Cuando yo era niña mi casa sólo tenía un baño. Cuando la urgencia apremiaba a dos personas, una de ellas tenía que hacer uso de sus mejores trucos mentales para contener el reflejo urinario: algo como recitar el alfabeto griego al revés, como hacen los eyaculadores preoces para aguantar un poco más. Crecí esperando por esa remodelación que nos permitiría tener dos baños en casa para duplicar la probabilidad de encontrar un baño disponible cuando fuese necesario.
El tiempo pasó y los sueldos mejoraron. Un día mis papás pudieron poner un segundo baño en casa y las necesidades de la familia se vieron más cómodamente atendidas. Después, algunos habitantes de la casa emigraron y al final, el número de baños en la casa era paralo al número de habitantes. Así que, ahí conocí la fascinación del baño propio: un baño que puedes usar a cualquier hora, organizar y decorar como te venga en gana, y que sabes que siempre encontrarás en buen estado para usarlo.

Mi historia familiar mutó un par de veces más y con ella, también la situación del baño. A veces mejoró. Otras veces empeoró. Sin embargo, lo fundamental había ocurrido: yo ya conocía lo que no tener que compartir el baño con otra persona y mucho menos, con un hombre.

Durante el match process -he de hacer una etiqueta que se llame: 'el match process es una ilusión'- mi hostfamilia me dijo que si bien el baño al que yo tendría acceso no era un baño privado (pues se encuentra en el pasillo, a diez pasos de mi cuarto), sí sería un baño para mí, ya que las otras habitaciones tenían su baño propio, así que los niños y los papás no usarían 'mi' baño. Me gustó la idea y dije que estaba perfecto.

Pero no fue así. Quizá cuando uno llega  a este país se vuelve más quisquillosa de lo que era en el propio, o reclama por comodidades que ni siquiera teníamos en la vida que dejamos. Sabrá el sereno por qué, pero así resulta. Desde la primer semana, me di cuenta que yo no sería la usuaria exclusiva de 'mi' baño y que éste sería objeto de uso para cualquiera que estuviese cerca y sintiese la necesidad de ayudar a sus fluidos a lograr su destino extracorpóreo.

No me molestaría tanto -y no estaría escribiendo esta entrada- si no fuese porque los niños tienen una puntería lastimera: a veces creo que orinan sin sostener su american penis o que dibujan espirales en el aire con él mientras lo hacen, lo que deriva en un retrete salpicado o un piso humedecido (¡y eso es muy desagradable cuando pasas todo el tiempo descalza!), además de que, olvidan tirar la cadena del retrete y siempre, -siempre- dejan levantado el asiento del baño. Increíblemente molesto. He amenazado a mi novio con dejarlo si no mejora ese mal hábito suyo, de manera que aquí, cuando encuentro el asiento en su estado no deseable, siento un deseo repentino de hacer lo mismo.

El baño, a mi gusto, es un lugar muy personal, y al igual que el lugar donde vives, necesita normas para sentirte cómoda en él. Si no te gusta comer en una mesa llena de migajas de un comensal previo, ¿por qué no tener el mismo cuidado en lo que al baño refiere?
Yo no me siento cómoda dejando mi cepillo de dientes en el lavabo sin saber si uno de los niños va a tomarlo y usarlo como destapacaños.  Tengo que mudar mi champú, mi jabón, mi esponja, y todo lo que ocupo para bañarme, cada vez que entro a la bañera, porque me da algo de vergüenza que vean mis champúes contra la calivice, mis rastrillos especialmente diseñados para descendientes directos del Homo Hábilis, y mis esponjas económicas hechas con fomi -no orgánico-. No puedo tomar, además, un baño de tina larguísimo cuando el día fue estresante o simplemente cuando tengo ganas de que mi piel se cocine al vapor, porque siempre hay alguien tocando la puerta. ¡A pesar de que hay más baños en esta casa!

El constante llamar a la puerta me recuerda a mi infancia cuando nuestro único baño disponible estaba ocupado y alguien más deseaba entrar. Me recuerda esos días de entretenida lectura en excusado en los que estando bien instalada en mis sentaderas me hacía desear un baño adicional para que nadie molestara durante tan recreativa actividad. Me hace recordar cuando conocí la gloria del baño propio y la sensación de libertad que le acompañó al poder disponer  de sus espacios a mi gusto: ¿no te gusta el papel de baño en la gaveta de abajo? ¡Ponlo en la de arriba!

Lo más desafortunado de todo es que ayer mi hostpatrón me entregó mis guantes de látex amarillo, mi bote de Ajax y mi esponja Scotch Brite: el kit completo de limpieza para mi baño que no es mío. Así que en lugar de gozar de la privacidad de un baño propio, hoy me encuentro tallando el sarro acumulado por el uso compartido.

Sigh.

sábado, 15 de octubre de 2011

Estrenando.

Pues sí, ya me estrené. Di el primer golpe con 'mi' coche.

No es una gran historia. Tampoco tengo una buena justificación. Es decir, no di el golpe debido a una situación excepcional que lo ameritara, como, que un volcán emergió de la nada y al intentar rodearlo, golpeé una roca volcánica que cayó a mi lado. Ni tampoco tenía una buena excusa, que sonara como a que transporté al último ejemplar de rinoceronte blanco en el cofre para llevarlo a un refugio.

No.

La verdad es que di el golpe porque soy una estúpida. Porque mi dominio en las maniobras de reversa es básicamente nulo. Porque confié demasiado en que podría poner en práctica mis conocimientos y habilidades al volante en cualquier escenario aunque fuese desconocido. Porque mi percepción de las distancias es tan mala que necesito bajarme del auto a verificar si tengo suficiente espacio o no para salir. Porque simplemente manejar nunca será una habilidad en la que pueda confiar.

Resulta que el carpintero estaba en la casa haciendo unas reparaciones. Dejó estacionado su coche detrás del mío. Y a mi derecha estaba el amado coche antiguo de mi hostdad. Mi intención era salir en diagonal, esquivando el coche del carpintero y formándome detrás del arca de Noé con ruedas. Pero  al hacerlo, perdí la perspectiva y terminé embarrándome contra el coche antiguo. A mi coche no le pasó nada, pero la defensa del coche de mi hostjefe, no corrió con la misma suerte y terminó hecha churrito.

La chillonería, la culpa, el deseo de hacer volver el tiempo y de preferencia con cinco centímetros de distancia, y las amenazas mentales a mí misma sobre cambiar de familia o abandonar el programa por falta de capacidad, ya sucedieron y ya las dejé atrás. Así que ahora, sólo me queda palomear un error más en la lista.

Sí, a la lista de mis errores en este país, además de darle gomitas a un bebé con tres dientes creyendo que eran lo suficientemente suaves para deglutirlas, confundir thirteen con thirty, haber llegado tarde a trabajar y con las lagañas en su lugar por haber confiado en que podría dormitar sólo cinco minutitos y despertarme a buena hora, y dejar algunas piezas de rompecabezas debajo de los sillones por no barrer después de que mis críos juegan, se le suma haber dado un buen golpazo de reversa.

Y los que faltan.

domingo, 9 de octubre de 2011

Hoy me regañaron.

Hoy domingo me desperté a las nueve y media de la mañana, lo que consideré un evento afortunado ya que los pequeños moradores de este hogar tienen la insensatísima costumbre de despertar  cada día a las 7.30 a.m., independientemente de los compromisos escolares que el día pueda o no tener para ellos; y hacer muchísimo ruido después de su puntual despertar.

Bajé y la casa estaba sola. ¡Otro evento afortunado! Me bañé, desayuné mis CocoaKrispies, me vestí y me puse online para melosear con mi novio todo el día. Hasta ahí la ausencia me había sentado bien; sin embargo, cuando empecé a sentir hambre y vi que no había nada para comer, salvo alimentos que yo consideraría más bien una botana -como barritas de queso, yogur, galletas y cacahuates-, y un congelador lleno de vegetales verdes que no comería salvo que hubiese una hambruna mundial y dicha reserva constituyera mi única fuente de alimento; la alegría de estar sola se desvaneció.

No sabía dónde estaba mi familia postiza, pero imaginé que no llegaría a tiempo para el dinner, así que busqué otra opciones para comer. Sin embargo, la búsqueda fue inútil ya que no tenía dinero  en efectivo para pagar una pizza de entrega a domicilio y tampoco podía comprar nada porque, como han de recordar mi continua queja, todo aquí me queda a veinte minutos en coche.

Entonces... ¿por qué no ir en coche al súper? Bueno, "mi familia no está", "yo no puedo tomar el coche sin permiso", "el coche es para recoger a los niños de la escuela", "mi familia no confía en mi forma de conducir", "si me pasa algo ni enterados van a estar". Argumentos así de sensatos merodearon mi cabeza y decidí que no podía tomar el coche. Así que no conduje y me preparé por enésima vez, una quesadilla piltrafienta para comer. Mientras me la comía y me abrumaba el tedio dominical, pensaba en lo rico que sería tomar un heladito de Baskin Robbins, salir un rato a la plaza a prestar mi valiosísima atención a las múltiples vitrinas de las múltiples tiendas ahí instaladas, así  como comprar cosas que me hacen falta para mi digna subsistencia. Pero deseché la idea: ¡imposible tomar el coche sin consentimiento!

Más tarde, llegó mi hostfamily. Lo primero que mi hostdado preguntó fue: "¿Y saliste a manejar?". Yo, muy orgullosa de mí le contesté que no, porque no sabía si podía tomar el coche cuando no estuviesen ellos. "¡Ah, vaya, qué au pair tan sensata! ¡Que se sabe una empleada y no un miembro de la familia con innegable derecho a todo!" seguido de dos palmaditas en la cabeza, fue la reacción que yo esperé. Pero no ocurrió.

 En su lugar, mi hostdado me mostró un recado de papel bond tamaño 95x95, escrito con plumón indeleble color rojo carmesí #58, de letras gigantes que decía: "VAINILLA, POR FAVOR, TOMA EL COCHE Y SAL A PRACTICAR. Estamos en Washington y blablablablá" pegado muy visiblemente en la puerta de la entrada, que además es de cristal y permite perfecto la visión.

Le dije la verdad: que no había visto el letrero. Pero su expresión facial, sus cejas arqueadas y su irónico "jmmm", me hicieron saber que no me creyó. Después vino un sermón sobre cómo me atrevo a desperdiciar mis días libres, gastándolos en la inercia del reposo boca arriba, cuando tengo tanto qué mejorar en lo que al american driving refiere. Me disculpé más de una vez, pero el regaño no cesó. Mi  hostpatrón siguió diciendo que no puedo pasar mis días libres sin hacer nada, que es mi obligación manejar con seguridad para su familia, así como acatar las órdenes que me dan y un largo etcétera de argumentos que no tenían razón de ser, porque yo no había desobedecido una orden porque quisiera, sino porque mi miopía, mis períodos de autismo, y mi falta de atención a las puertas de cristal, no me permitieron ver el recado.

Subí a mi cuarto e hice mi merecido berrinche.

Pasé todo un domingo miserable. Aburridísima. Muriendo de hambre. Y todo por hacer lo que yo creí correcto para la familia. De haber visto el jodido papel, habría matado dos pájaros de un resorterazo: habría mejorado mi domingo al conectarme con al civilización, al mismo tiempo que habría cumplido con las expectativas laborales de mi hostfamilia.

Lo más jodido de todo, es que el berrinche no sólo lo hice yo; sino que a los pocos minutos subió mi hostdado a decirme que 'siempre no' me daban el Columbus Day para descansar: que me necesitarían y que mañana nos veíamos para cuidar a los niños. Entonces, mis planes de degustar una riquísima hamburguesa 'Five Guys' y derrochar mi lunes con mi amiga, disfrutando un poco de mi escasa dosis de civilización a la que tengo acceso de vez en cuando, se derrumbaron inmediatamente. Y todo por no haber visto un jodido letrero.

A veces pienso que los hostparents también necesitan un time out. ¡Yo con mucho gusto le aplicaba uno al mío!

domingo, 2 de octubre de 2011

Honeymoon

Cuando pedí información para sumarle el trabajo en el extranjero a mi historia de vida, la directora de una de las agencias que consulté me contó que cuando las au pairs llegan a Estados Unidos entran en una etapa de luna de miel profunda y todo les parece perfecto, por lo menos por un mes. Sienten que es el trabajo de su vida, que aman a la familia y que nacieron para vivir al american style. 

Bueno, pues eso no me pasó a mí. A pesar de que mi primer mes aquí ha resultado bastante aceptable porque valoro tener unos hostparents respetuosos de mi horario de trabajo, bastante despreocupados -que no les importe demasiado salir después de la hora de dormir para buscar a su au pair extraviada-, que comparten abiertamente su casa conmigo -desde el champú y los postres hasta las labores diarias como vaciar el lavavajillas- y unos niños, aunque caprichosos, bastante domesticados; no sentí ninguna fascinación por mi nueva vida.

No misunderstandings: me encanta estar aquí -con todo lo que eso implica-. Pero en ningún día de mi primer mes sentí que estuviese en la cima de una montaña rusa, comiéndome un helado de triple chocolate Häagen Dazs, escuchando una rola beatle y teniendo un orgasmo clitoreo al mismo tiempo.

Si bien siempre supe que venía a trabajar y que esto no era un viaje de placer (lo cual considero que  me ha servido mucho, como para no estar lloriqueando  a diario por mi novio, mi mamá y mis fines de semana alcoholizados), no imaginé cómo ciertos factores podrían entorpecer esa luna de miel que en otra agencia me prometieron.

No pensé que sería tan aburrido.
No pensé que sería tan difícil manejar (o dicho de otro modo: no sabía cuán mal manejaba yo.)
No pensé que extrañaría tanto la comida.
No pensé que acá todo sería tan caro.

¡Mi horario de trabajo es fabuloso! Si viviera en México. Acá, sin amigos, sin una plaza comercial, sin un bar cercano donde toquen buena música, los weekends off sirven de muy poco. Mi mayor entretenmiento después del internet y mirar el techo sin descanso, es torturar mayates americanos (no sé qué insecto sean, pero si los aplastas, en venganza sueltan un hedor terrible). Una vez le puse pasta dental a uno y se veía bastante fancy con su cubierta azul nacarada. Es decir: me aburro terriblemente si no hay un alma piadosa que venga a sacarme -montada en un vehículo motorizado- del tedio que es vivir en un bosque. Y ello nos lleva a la queja número dos: la imposibilidad de manejar.

Durante el match, la familia me dijo que todo servicio me quedaba 'cerca' de casa: gimnasio, cine, mall, Starbucks y bares. Todos esos lugares donde una persona de mi edad quiere pasar su tiempo libre. Cuando llegué aquí, supe que 'cerca' significaba 'quince minutos en coche', o lo que es lo mismo: 'imposible llegar ahí caminando'. Entonces, a pesar de que ellos me prestan su automóvil para que vaya a donde quiera, yo estoy tan aterrada con respecto a las diferencias de tránsito entre este país y el mío (¡aquí los semáforos no parpadean en verde!) y me siento tan poco apta para manejar en una vialidad de tipo carretero, que lo último que quiero es ponerme tras el volante.

En cuanto a la comida, tuve mi propio trip. Uno bastante infantil pero lo suficientemente significativo como para pensar que no padecería. Pensé que sería feliz comiendo en Dunkin Donuts a diario, que nunca me hastiaría de los helados Ben & Jerry's que en México son carísimos, que me fascinaría llenar mi carrito de súpermercado con mucha, mucha junk food disponible únicamente en este país. ¡Y así fue! La primera semana.
Ayer me regocijé al encontrar un chorizo mexicano de muy buen sabor, aunque lamenté que las tortillas de maíz fuesen tan malas. (Aún no encuentro unas que sepan igual que las de allá). Es curioso: uno viene a un país distinto a probar su cultura, y termina por buscar lo más parecido a la de origen. A veces no como porque no se me antojan sus congelados listos para calentar y servir. Tengo ganas de un arroz rojo con chícharos como el que hace mi mamá y unos frijolitos refritos con queso ranchero encima. Y bueno, la posibilidad de que mi arroz resulte como el de mi mamá es bastante, bastante, improbable, por lo que creo que no volveré a probar un buen arroz sino hasta el año entrante.

Por último: el dinero. Cuando yo hice la conversión de 195.75 dólares a pesos mexicanos, me dio un resultado mayor de lo que yo ganaba semanalmente en mi empleo en México, así que pensé que con mi sueldo de au pair podría darme la gran vida. Pero no fue así.
A diferencia del lugar donde yo vivo, acá todo es de marca y cuesta lo que cuesta una marca. Yo en México no compraba un champú Pantene de setenta pesos, sino que buscaba otros más económicos de marcas nacionales y el resultado nunca me dio problema. No compraba cosméticos Maybelline ni usaba jamás un esmalte de uñas Covergirl de cien pesos. Si quería un bote de helado, no me compraba uno de marca alemana de ochenta pesos, sino que confiaba siempre en la buena Holanda y sus litros de veinticinco pesitos. Siempre buscaba las alternativas más económicas. Acá, no hay tales. ¿Quieres una sombra, un polvo compacto o un esmalte? Diez, doce, quince dólares. ¿Zapatos? Cuarenta dólares. ¿Un a bolita de helado? Cuatro dólares. ¿Viajar en taxi? Cincuenta dólares por una distancia irrisoria.
Aun así, supongo que el dinero alcanza bien para la mayoría de las chicas. Pero para mí que debo dividirme entre mi familia, mi deuda y mi vida americana, de mis diez mil pesos mensuales me viene quedando lo suficiente para comprarme un champú Pantene.

Como sea, esto es sólo el principio de mi año. Un año que a pesar de su aislamiento social, sus precios altos y sus extrañas reglas de tránsito, pienso vivir completito, aunque esto sea como un matrimonio sin luna de miel y aunque nunca pueda comprarme dos pares de zapatos un mismo fin de semana.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Perderse.

Una de las primeras cosas que durante el match le pregunté a mi ahora hostfamily fue si tenían GPS. El hostdado dijo que sí y me bastó la respuesta. 
Pues hasta el día de hoy, el GPS había estado en su coche y yo había estado manejando a las escuelas de los niños, el súper, la biblioteca y otros lugares, usando únicamente mi amorfo sentido de orientación y mi enclenque memoria temporoespacial, mismos que no resultaron tan inútiles hasta el día de ayer, porque me permitieron regresar sin mayor problema hasta mi hostcasa. 

Sin embargo, ayer mi buena suerte cambió de auto y me abandonó en una carretera desconocida. Tomé el coche para salir sin rumbo. Tuve que pasar a la gasolinera a llenar el tanque. Pude hacerlo sin problema y sin golpear al coche de en frente. Pero al salir de ahí no pude retomar el camino que venía siguiendo, así que tomé otro. Y otro, y otro. 

Al principio no me estresó la idea de estar perdida porque sabía que no estaba demasiado lejos y que en cualquier momento podía llamar a mi hostcasa para dar aviso de mi ubicación. Así que decidí intentar llegar por mi propia cuenta antes de perder un poco de dignidad. Y anduve. Y anduve y anduve. Kilómetros enteros de carretera. El estrés empezó a apoderarse de mí cuando sólo veía más carretera hacia donde quiera que mirara. Ya no se veían casas, fraccionamientos o vías urbanas. Todo era una carretera que parecía terminaría en Alaska o en la punta contraria del continente. 

No podía detenerme. Tuve que continuar la marcha con mi poca experiencia en manejo de carreteras, razón por la que me volví blanco de constantes bocinazos de mis compañeros de viaje que reclamaban por no viajar a la velocidad en que ellos desearían. Imposible. No iría a más de cuarenta millas por hora y menos si quería poner atención a los letreros. Podría encontrar alguno que sonara familiar y no que me diera un mensaje de tipo "está usted muy, pero muy lejos de su casa". 

Manejé por tres horas. La misma cantidad de horas que separan mi ciudad de la ciudad donde estudia mi novio, y que dije que jamás podría recorrer en automóvil. Ahora sé que podría hacerlo. Seguí manejando, bien consciente de que no estaba llegando a ningún lado. En algún momento encontré un letrero que decía: "West Maryland" en un extremo, y "South Maryland" al otro. Fue una decisión al azar y seguí el camino de la izquierda. Llegué a una biblioteca, entré al estacionamiento y le hablé a mi hostdad reflejando en el temblar de mi voz, la angustia de alguien que se sabe perdido y que sabe, además, que sólo le queda ocho por ciento de batería en el celular.

Media hora después, mi hostdad llegó a la biblioteca y me dijo que lo siguiera. Para entonces ya era noche y yo jamás había manejado en carretera de noche. El camino a casa fue terrible. No pude mantener la velocidad recomendada. Los autos me rebasaban y pitaban, al tiempo que los del carril contrario me cegaban con sus luces. 

Agotada, hambrienta y estresada seguí a mi hostdad tan cerca como pude y después de lo que me pareció una eternidad en la carretera que lleva a casa, por fin reconocí señales amigas. Más tarde, llegamos a la casa. Estacioné mi auto y escuché el sermón más largo y estresante sobre manejar en carretera.

Perderse es terrible. Perderse siendo au pair es aun más terrible. Perderse siendo au pair, oscureciendo, y sin tener suficiente experiencia en ese tipo de escenarios, es quinientas veces peor. Ayer me fui a dormir pensando que me mandarían a rematch.

Pero no: lo que hoy conseguí fue que mi hostfamily se disculpara por no haberme provisto del GPS desde un inicio y hoy me han dado un aparatejo que habla solo -porque la mayor parte de las indicaciones las ignoro por soberbia humana- y que ha jurado dirigirme a la tierra prometida cuando yo lo solicite.

martes, 20 de septiembre de 2011

Cumpleaños

El fin de semana pasado celebré mi cumpleaños.
El sábado me fui a Washington con una au pair alemana, que vive cerca de mi hostcasa. Allá nos encontramos con otras au pairs que yo conocí en el training e hicimos el recorrido forzoso en Washington: La Casa Blanca, el Obelisco, la antigua oficina postal y otras construcciones cuyo nombre e importancia -que no debió ser mucha para mí- no recuerdo. Comimos hamburguesas de cinco dólares en un lugar simpaticón y pasamos toda la tarde visitando tiendas de ropa con mi creciente cara de cansancio y hartazgo.  Para finalizar el paseo, compramos un helado de yogur con libre elección de coberturas. Yo le puse al mío tantas como pude y cuando llegué a la caja, mi sonrisa azucarada desapareció al notar que el precio del helado se calcula en base a su peso. Casi siete dólares.

Al día siguiente -mi cumpleaños- mi hostfamily me regaló flores y me llevó a una tienda de ropa para que eligiera algo. Por la tarde, fuimos a comer a un restaurante de comida mexicana-salvadoreña, y pedí unas ricas enchiladas rojas, bastante aceptables. Mi hostdad me invitó una cerveza y pedí una Negra Modelo de nueve dólares, que una vez que llegó la cuenta, no le hizo gracia tener que pagar. ¿Y dónde quedó la dádiva con el cumpleañero?

Ahí, mi hostfamilia me dio una tarjeta de felicitación y un cupón de cincuenta dólares para gastar en la misma tienda de ropa de la mañana. Después, la bebé se echó encima su cantimplora de agua fría y todos huyeron a la casa, a excepción de mi hostdad y yo, que nos quedamos a esperar la cuenta. Mientras hacíamos plática bilingüe de sobremesa, aparecieron las meseras cantando 'happy birthday to you' y me ofrecieron un flan de cumpleaños. Muy sabroso a decir verdad.

Por la noche, comimos un cheesecake delicioso y entre los niños y yo soplamos las velitas cumpleañeras. Más tarde hablé a México con mi mamá. La recepción era mala y la llamada terminó perdiéndose, pero lo importante había sido dicho.

No fue el mejor cumpleaños de mi vida. Pero fue el mejor cumpleaños que siendo au pair, pude tener. Nada qué lamentar.

viernes, 16 de septiembre de 2011

¿Qué estudiar?

Ayer vino la LCC a mi hostcasa a leer conmigo y mis papás-patrones un pergamino con las ocho mil cláusulas que constituyen el contrato entre la au pair y la hostfamily. Nada nuevo:  no se pueden trabajar más de diez horas diarias ni 45 semanales, la au pair debe pagar la gasolina que se use en transporte personal, las reuniones mensuales son obligatorias y el seguro médico no cubre servicios dentales. 

Pero además de eso, su visita incluyó un amable folletín de la universidad más cercana para que le diese yo una revisada y me inscriba a un curso el año entrante, ya que los cursos de otoño ya comenzaron. Se deben tomar seis créditos o setenta y dos horas de clases (cada doce horas de clase equivale a un crédito). Yo tuve que asegurarme de esto, porque el folletín que me dieron dice muy claramente: "Fall 2011: NONCREDIT classes." De modo que, como mi LCC es un poco... inútil... tuve que checar el blog de la LCC de alguien más, y ahí ella explicaba muy claramente que se deben tomar seis créditos, o setenta y dos horas de clases en caso de tomar materias sin créditos.

Los cursos a tomar son variadísimos, y la heterogeneidad de sus títulos me confirman que a los gringos les sobran las ganas de aprender o el dinero. Hay cursos muy valiosos como,por ejemplo, 'Personal Human Resource Management' que a mí me serviría muchísimo, ya que recibiría nociones sobre manejo estratégico de personal, planeación, desarrollo, relaciones y riesgos laborales. Lo lamentable es que esos buenos cursos  -los que valdría la pena mencionar en un currículum- son carísimos. El curso que a mí me interesaba cuesta 1,125 dólares, y la familia sólo te asigna quinientos dólares para el fin.

De tal modo, que las posibilidades se cierran a cursos de naturaleza jocosa y de utilidad dudosa, tales como:
  • Cómo crear una organización femenil: en este país, a diferencia del mío, las activistas tienen un buen futuro y no mueren acribilladas a media calle como Marisela Escobedo. Así que para las que quieran ser como Erin Brocovich y tener su propia película después, éste es el curso indicado.
  • Cómo crear tu propia tienda en eBay: no, Google no tiene la respuesta. Así que, para ello hay un curso intensivo que indica cómo montar tu tienda en este famosísimo portal de compraventa.
  • Futuro fiscal, financiero y marital después del divorcio: para que se decidan o se arrepientan de una vez. Con este curso sabrán qué influencia tendrá la modificación de su estado civil en su próxima declaración de impuestos, su poder adquisitivo y el bienestar de su libido.
  • Principios y prácticas para vendedores de bienes raíces. Si su sueño en la vida es repetir incansablemente características sobre hechura y acabado de casas y departamentos, a posibles clientes que van desde recién casados, familias numerosas, hasta gays de clóset buscando independencia sexual lejos de su familia, éste es el curso que necesitan.
  • Presentaciones en Power Point niveles 1, 2 y 3. Si por alguna rarísima casualidad llegaron hasta el año 2011 sin saber cómo hacer presentaciones de Power Point, ¡ingresen al mundo de la submodernidad con este curso!
  • Terminología médica. No la práctica de la medicina, sólo la terminología. Así la próxima vez que vayas con un médico y te diga que padeces de cierto padecimiento raro, cuya etimología grecolatina escapa del entendimiento del mortal común ¡tú ya no necesitarás consultar un diccionario para entender que pronto morirás!
  • Inglés (gramática, conversación, hablado interactivo, lectura, mejoramiento de la pronunciación, enriquecimiento del vocabulario, reducción del acento, introducción al TOEFL, principios de escritura. Cada uno por separado.) Por si no es suficiente, hablar inglés con tu hostfamily todos los días, y comunicarte en inglés todo el tiempo (hasta para cuando dices 'salud' después de un estornudo), hay varias opciones para mejorar tu experiencia con el idioma. 
  • Chachachá. Unas cuantas clases y aprenderán a mover la cadera y los pies al ritmo de esta casi extinto pero sabroso ritmo.
  • Creación de películas caseras para recuerdo. Principios básicos para la creación y edición de videos no profesionales. Quizá también incluyan técnicas para mejorar la pornografía casera.
  • Trucos de magia para adultos. Como aclaran que es magia 'para adultos', quizá enseñen cómo sacar chicas desnudas de un sombrero de mago.
  • Qigong: el arte de cultivar la energía vital. No tengo idea de qué sea eso, pero para eso está el curso, precisamente.
  • Técnicas para el mejoramiento de la memoria. Para no volver a sufrir jamás por no recordar dónde dejaron las llaves de su auto, quién era esa persona que los saludó en el súper o cuál es el número telefónico de su hermano mayor, inscríbanse a este curso. ¡Es de lo más atractivo!
  • Desarrollo de la habilidad psíquica y de la intuición. Un plus para la paranoia. No tengo idea en qué se base este curso para lograr sus objetivos, pero plantea que a través de la asistencia continua a las clases, el estudiante logrará mayor sensibilidad ante los estímulos psíquicos del exterior. ¡Aprendan a leer las intenciones de las personas antes de que les digan siquiera su nombre!
  • Secretos de las reparaciones domésticas. Grifos que gotean, puertas que rechinan, calentadores que no calientan, ventanas agrietadas y cajones atorados, éstos y más desperfectos tendrán solución con este curso intensivo.
  • Reparación automotriz para mujeres. No sólo 'reparación automotriz' sino 'para mujeres'. ¡Arriba el machismo, señores! En Estados Unidos también las mujeres somos consideradas entes de inteligencia automotriz subnormal y requerimos un curso para que los mecánicos dejen de aprovecharse de nuestro bolsillo -que puede o no, estar lleno de dinero que proviene de nuestro marido millonario-.
  • Comunicación con animales. Cosa friqui. Te piden que lleves fotos de tus mascotas para aprender a sensibilizarte a sus señales. Si quieren intentar ser Dr. Dolittle y les sobran unos cien dólares, éste es el curso para ustedes.

Todas estas matrículas son serias y tienen un costo aún más serio. De modo que, al ser los cursos disponibles para las au pairs sin posibilidades de costearse un curso con utilidad laboral, ya le estoy encontrando el gusto a eso de comunicarse con los animales, a distinguir los cilindros del motor de un automóvil y a martillar los clavos salidos de las estanterías de esta casa.

Creo que estoy lista para conseguir mis créditos.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Sobreviviendo a la primera semana de trabajo

Aunque llegué en sábado, mi semana de trabajo como au pair comenzó oficialmente el martes, ya que el lunes se celebraba el día del trabajo, y los papás permanecieron en casa con ellos.

Mi rutina de trabajo no es difícil. Se trata básicamente de alimentar, dormir y entretener a dos niños, además de disfrutar del silencio cuando mis críos de alquiler toman sus siestas. Sin embargo, a pesar de las carencia de complejidad en mi rutina, esta semana me dio más de un momento para decir: "I give up!"

Mis hostkids son, certeramente, los clientes más difíciles que he tenido. El trato con niños no es sencillo, y mucho menos cuando uno está en casa de ellos. ¡Oh, gloriosos días de atender niños en un consultorio! Eso era triplemente sencillo y tenía miras mucho más nobles que sólo cumplir caprichos y mantener seguro a un pequeño bribón. No obstante, la semana ha sido bastante aceptable (aun contando los aiguibops). No sueño con convertirme en un integrante más de la familia ni con ganarme el amor perenne de los niños: me basta con que los adultos sean corteses y los niños me respeten, y en realidad he conseguido un poco más que eso.

Mi primera semana incluyó un par de times out con sus respectivas rabietas como antecedente, muchos pañales cambiados, una comida familiar con abuelos, una fiesta tequilera con au pairs de tierras cercanas, diecisiete millas recorridas en automóvil con confusiones de tránsito incluidas, algunos 'I love you, Vainilla' seguidos de otros 'I don't like you' provenientes de los niños, algunos huevos revueltos cocinados para ellos y muchas rebanadas de pan con crema de cacahuate para mí, un cheque depositado en cajero, varios episodios de frustración derivados de lo difícil que ha resultado cambiarle el pañal al bebé (patea, muerde y se retuerce: la más pura demostración de la etapa sádicoanal, según Freud), un par de kilos de ropa sucia acumulándose en mi canasto, muchos, muchísimos libros leídos antes de la siesta de medio día, dos paseos al lodoso parque con sus lodoso columpios, varios baños en bañera para los niños y muchos más para mí, mucho jugo de naranja y sobretodo:

Cero CocaCola.

Sólo intento sobrevivir.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Redoble de tambores... ¡Y tu hostfamily está aquí!

Conocí a mi hostfamily hace una semana. Después de cuatro días de entrenamiento en Nueva York, algunas chicas volaron para conocer a las suyas, y otras más, viajamos en los autobuses de Cultural Care para encontrarnos con las propias.
Luego de siete horas de camino, llegamos a un centro comercial donde nos encontrarían nuestras familias. A algunas afortunadas ya las esperaban, mientras que otras más y yo, tuvimos que esperar a que llegaran por nosotras. Después de un rato y de un embotellamiento mental de pensamientos pesimistas y optimistas que se cedían el paso entre sí, reconocí a mi hostdad caminando hacia mí.

El recibimiento que me dio mi hostfamily fue bueno. Hubo sonrisas, cordialidades, globos , recorridos guiados por la casa y comida recién hecha. Suficiente para mí. Los niños parecían sentir más curiosidad que aprecio, pero bastó, al menos por ese día.

Ese mismo fin de semana, conocí a los dos pares de abuelos y al igual que los papás, fueron muy amables conmigo. Quizá por la subordinación de la que me saben objeto, o quizá porque creen en el valor de la amabilidad al desamparado en tierra extranjera, pero me trataron con bastante amabilidad y cortesía. Nada de qué quejarme. Por lo menos ese fin de semana en que me volví un anexo de la familia Stevenson.
Ahora bien: uno no llega a casa de la nueva familia y la conoce ese mismo día, así como tampoco se logra tener una idea completa de su funcionamiento por más preguntas minunciosas que se hagan durante el match. Se requieren tiempo para  entender todas las dinámicas de la familia: la relación entre los papás, las normas de respeto que hay en la casa, la manera en que lidian los niños con las figuras de autoridad, el humor de la familia, la capacidad o incapacidad de los niños para manejar la frustración, el apego que sienta la familia por el orden y la organización, la sazón que tiene el cocinero en cuestión para preparar sus platillos, y las costumbres extrañas que pueda tener la familia, por ejemplo. 

En mi caso, lo primero a lo que tuve que acostumbrarme fue a estar descalza. Aquí, la regla número uno para habitar la casa es quitarse los zapatos antes de entrar. Raro al principio, cómodo después. También tuve que acoplarme al minuto de silencio que se hace antes de la comida, mientras todos nos tomamos de las manos y usamos el tiempo para agradecer por los alimentos (aunque yo en realidad sólo pienso: "¡vamos, terminen ya sus rezos, que muero de hambre!"). De igual manera, tuve que restarle el estrés que me producía ver a los niños brincar en los sillones y aún trato de entender que aquí no hay problema con comportarse de otras formas que a mí me habrían valido más de una docena de nalgadas. También tuve que aprender a separar mi basura para poder arrojarla en el contenedor apropiado: restos de comida que sirven para composta, restos de comida que no sirven para composta, papel, plástico, aluminio, y basura inútil en general; cultura que en México está poco difundida (o quizá, bien difundida pero poco practicada).

Pero no todo es malo o raro. Ahora también trato de adoptar un encantador hábito de mi hostfamily: ellos se ríen todo el tiempo, aun cuando las cosas no van bien.

...Bueno, no. No engaño a nadie. A mí eso de sonreírle a la vida no se me da. Pero tenía que encontrarle un final bonito al post. El punto es: llegar a vivir con otra familia es una locura, porque absolutamente todo es distinto en su proceder, pero el viaje para descubrirlo es muy interesante.

martes, 6 de septiembre de 2011

Training

El training es la semana sweet del año de toda au pair: es como regresar a la universidad pero en otro país. (Si estudiaste la universidad en otro país, entonces sólo es como regresar a la universidad).

Sobrevivir durante su curso es muy sencillo: se trata de ser puntual en clases, perder la pena a cambiarte de ropa frente a otras personas, desarrollar paciencia para hacer fila, y sobretodo, siempre llevar la llave del cuarto a donde quiera que uno se mueva.

El training está hecho con el fin de informar a las nuevas au pairs sobre medidas de seguridad, cuestiones de salud infantil, legalidades e ilegalidades de los Estados Unidos, así como para, supongo, ayudar a la práctica del inglés antes de llegar con la que será la familia anfitriona. Para eso, los maestros piden que durante las clases todo se hable en inglés, aunque es difícil no buscar el común de nuestro idioma. Las francesas y las suizas hablarán francés entre ellas, las alemanas y las austriacas hablarán alemán, y las latinas hablaremos español entre nosotras; así que es imposible no usar nuestra lengua natal. Sin embargo, no es mala idea empezar a perderle el miedo a hablar inglés, además de que eso permite poder acercarse a au pairs de otros países y conocer un poquito más sobre el suyo. (Eso sí: las suecas son sangronas y creen que nadie las merece, así que no se sientan mal si en un inicio rechazan el contacto).

Yo aprendí algunas cosas de interés cultural, como que en Estados Unidos puedes pasar un año en la cárcel por comer una uva en un súpermercado, por ejemplo. Que es ilegal dejar a un niño dentro del coche aun por instantes, aunque en mi país, no es inusual que las señoras se bajen del coche a comprar un kilo de tortillas mientras dejan al niño esperando dormido en el asiento. Que no se le debe dar miel a un bebé y que en este país a los niños no se les da comida que no les guste. 
Tuve también, un buen rato de entretenimiento conociendo canciones infantiles de otros países y descubriendo que Pimpón tiene una versión en japonés, así que es probable que la tenga en todos los idiomas existentes.

De igual forma, dediqué mis tardes a conocer el campus que es enorme, a conectarme a internet en los  calurosos pasillos, a comer como si el mundo fuese a terminar, y a hacerme de amigas con las que espero mantenerme en contacto todo el año. También hice el viaje a New York City por cincuenta dolaritos. Hay chicas que tienen suerte de que sus familias les paguen el viaje, pero no fue mi caso y tuve que hacer valer mi primer tostón americano. Allá me tomé todas las fotos que pude en Times Square, conocí el Rockefeller Center, vi el Empire State, compré  en diez dólares la playera que todo turista debe tener en su clóset: ésa que muestra nuestro afecto a NYC, y comí un baguet carísimo de pollo apestoso y picante. 

La semana -o cuatro días- del training pasan rapidísimo, y dan paso a la gran experiencia de vivir con una familia, hablando un idioma que no es el tuyo y adaptándote a normas nuevas. Después llegas a tu casa y agradeces tener baño, regadera y lavabo en un mismo cuarto; te sientes afortunada de vivir en un segundo piso y no tener que subir un centenar de escalones para llegar a tu habitación, y aprecias el hecho de poder desvestirte cómodamente sin preocuparte por los que puedan ver las partes recónditas de tu cuerpo que durante cierto tiempo sólo has reservado para tu novio -o  en su lugar, un grupo selecto de personas-. Sin embargo, cuando gozas de la comodidad de nueva morada, por momentos extrañas el coctel de personalidades caminando por los pasillos mientras escuchas un balbuceo de lenguas initelegibles para ti, las filas terribles para recibir una porción ridícula de comida y sobretodo, el hecho de saberte comprendida por otras personas de tu edad, que provienen del mismo lugar que tú y que están viviendo la vida de la misma manera que tú.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Aiport nightmare

Mi mayor miedo era perderme en el aeropuerto y por consecuencia, perder el vuelo. No era tan descabellado mi temor, ya que tendría que hacer la conexión de mi vuelo en el segundo aeropuerto más grande de Estados Unidos: El Fort Worth.
Sin embargo, un poco de suerte, sumada a una gran atención derivada de mi terrorífica visión de mí misma llorando desolada en un aeropuerto extranjero, hicieron que todo saliera perfecto. Al bajar del avión se debe pasar a migración. Las filas son enormes, pero la atención es buena y rápida. Yo tenía terror de no encontrar la sala de migración, pero no había por qué preocuparse: ellos no te dejarán pisar su país si no haces el papeleo correspondiente, así que TE HARÁN LLEGAR a migración. Después de ahí, tuve que recoger mi maleta, que era mi mayor miedo (no encontrarla, no poder cargarla, tener que pasearla por todo el aeropuerto hasta encontrar mi vuelo… ) sin embargo, no había mucho qué temer: sólo hay que investigar en qué terminal y banda se recoge el equipaje. Generalmente, las bandas tienen una pantalla que muestra de qué vuelo proviene el equipaje, pero hay que saber en qué terminal debes estar, así que pueden consultarlo vía WiFi en la página del aeropuerto. De ahí, hay que pasar inmediatamente la maleta por la banda que la llevará a su destino final. Cosa fácil.

Luego, tuve que buscar el ‘skylink’ para llegar a la otra terminal. Si han viajado en metro, sabrán cómo es este sistema. Llegué a mi terminal, entregué mi boletería y abordé. Después de tres horas y media estaba pisando tierra neoyorquina. Los aeropuertos están perfectamente señalados y no hay razón para perderse. Eso es una tranquilidad para mí, que nací sin sentido de la orientación y con fallas en mi inteligencia temporoespacial, así que pude ir al baño y después recoger mi maleta sin perderme. ¡Todo un sueño!

Lo malo fue que una vez que recogí mi equipaje, cometí el fatalísimo error de salir del aeropuerto y esperar por la persona que me recogería, en la acera de los taxis. Después de dos larguísimas horas esperando de pie, llamé a CC y les dije que nadie me había recogido. Me regañaron, por supuesto, y me dijeron que volviera a entrar y buscara a la persona en la zona de equipaje. Apenas me acerqué y vi al señor con su letrero de Cultural Care Lost Au Pairs. Fui muy feliz después de dos larguísimas horas de angustia y dolor de panza por creerme abandonada.

Una vez encontrada, subí al autobús y llegamos al campus. Entonces supe que había tenido mucha suerte ya que muchas chicas mexicanas no llegaron porque sus vuelos se habían pospuesto hasta el miércoles o jueves de esa semana debido al huracán. Otras perdieron sus vuelos y unas más tuvieron modificaciones en el vuelo de conexión así que tuvieron que dormir en hoteles.
Así que sí: esta semana fui una chica afortunada.

domingo, 28 de agosto de 2011

Despedidas II

Después de despedirme de mi novio y renunciar a mi trabajo, tuve que despedirme de mi familia.
Para este fin, mi hermano mayor organizó una carne asada exprés. Llegó a mi casa con todo lo necesario y en una hora ya teníamos cervezas, arrachera, chorizo, cebollitas asadas, chiles toreados y otras delicias más para comer. Fue la última vez que comí con mi familia completa. Incluidos los novios de mis hermanas.

En la noche me despedí de mi hermana mayor y me deseó un buen viaje. Después, me despedí de mi papá, y ésta fue la despedida más difícil de todas. Aún de recordarla el nudo vuelve a mi garganta y la ansiedad se apodera inclementemente de mi cuerpo y me pide volver.
Por la madrugada, cuando salí al aeropuerto, mi hermana menor se despidió de mí antes de que yo dejase la casa. Después vinieron treinta minutos en automóvil, acompañada de mi mamá y mi hermano. Platicábamos de todo y nada: no olvidábamos a dónde estábamos yendo.
Ya en el aeropuerto, me acompañaron durante el check in y la primera revisión de equipaje (por cierto, no se pinten las uñas porque les decomisarán la acetona ¡y tendrán un manicure terrible durante el training!). Después de esto, me acompañaron hasta mi gate y se despidieron. Nunca hubo dramas ni llantos ensordecedores. Mi mamá me dio su bendición, me abrazó, me dio sus recomendaciones y su voz se entrecortó. Entonces guardamos silencio y nos dimos un último beso. Mi hermano sonrió, me abrazó y me dijo que fuera feliz.

Entonces me di media vuelta y comencé mi viaje.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Despedidas I

Uno de los pendientes que faltó enlistar en la entrada pasada era el de hacer las pertinentes despedidas.

Pues bueno, desde el sábado, después de más de seis años de ser Chica Telcel, estoy desempleada, vagando y gastando mi liquidación burguesamente como si mis papás fueran millonarios y me extendieran una mesada igualmente millonaria cada mes. Me despedí de mi trabajo, de mis compañeros y colegas, de mi escritorio, mi compu, mis vitrinas que nunca terminaron de estar limpias, mi inventario, mi bodega y del estrés de estar detrás de un mostrador atendiendo personas con distintísimas demandas y formas de pedir solución para tales.
No fue tan difícil ya que, a decir verdad, estaba muy cansada de repetir números todo el día ("Le confirmo su recarga: Veinte pesos al 462123..."), de repetir como enferma características y propiedades de equipos telefónicos, de responsabilizarme por un inventario cuando muchas personas tenemos acceso a él, y de intentar que clientes furiosos entrasen en razón sobre los procedimientos de garantía de un equipo, un accesorio o un servicio.

Sin embargo, no puedo decir que no extrañe para nada mi empleo o el hecho de tener una ocupación todo el día. Fue conmovedor despedirme de mis compañeros, de mis jefes y hasta del señor indito que me vende papas cada semana a diez pesitos, porque sé que no volveré a encontrármelos en la misma circunstancia ya.

Además de que renunciar fue el inicio de la cadena de despedidas a la que toda au pair, trotamundos o prófugo de la justicia tiene que enfrentarse.

La segunda de éstas fue aun más difícil. Se trató de mi novio. De él tuve que despedirme con una semana de antelación a mi partida, ya que él regresó a clases a su universidad -far away from here- este lunes, así que tuvimos que despedirnos ese mismo día. A pesar de que no hubo drama, llantos desgarradores ni gritos inundados de tipo: "¡jura que vas a esperarme!", o "¡volveré por ti, lo juro ante Dios que mira!", bastó el hecho de no tener palabras como para entender la magnitud del asunto para ambos. A veces creo que aún no termino de entender que no volveré a verlo sino hasta después de muchas lunas.

Así que aunque ha sido difícil, no ha sido particularme desgarrador (me recuerdo llorando peor con la muerte de Mufasa, la memorización a reglazos de la tabla del siete o con la Barbie Patinadora que Santa Claus nunca hizo favor de traerme), ni he sentido todavía un ápice de arrepentimiento o sospecha de perderme de algo suficientemente significativo como para desear no irme. Quizá porque confío en que todo estará igual a mi regreso.

Por ahora el proceso va bien. Hoy hablé a CC y me dijeron que mi licencia viene en camino. Esperar por mi licencia y hacer maletas es lo último que falta (eso, además superar el miedo a hacer transit en el gigantesco aeropuerto Forth Worth, y cansarme de maldecir a EF por no enviarme en el mismo vuelo que a mis otras dos paisanas) y todavía no he soltado una lagrimita ni he saboreado de lleno el sabor agridulce de una despedida, a pesar de haber efectuado ya un par de ellas.

Quizá cuando termine de delizar el cierre de mi maleta entonces entienda que las despedidas apenas comenzaron y que la parte más difícil aún ni empieza.


martes, 16 de agosto de 2011

De los ocho mil pendientes que toda au pair debe atender antes de dejar su país

Mi lista particular de pendientes antesdepartir va más o menos así:

1.- Titularme. Ya estuvo, gracias a Dios y a todas la burocracia celestial por facilitar el trámite en los últimos meses, y hacer llegar mi petición a la autoridad divina competente. Finalmente presenté mi examen recepcional y fui muy feliz después de cuatro larguísimos años de tedio tesístico.
2.- Quitarme los brackets. Después de cinco años y medio de hojalatería dental, finalmente mis dientes se libraron del metal y ahora son felices desnudos e impúdicos. Sin embargo, para ello, tuve que rogarle un poco al dentista, ya que mi tratamiento no se había completado, pero no quería pasar un sexto año con frenos.
3.- Tomar un curso exprés de 'mejore su desempeño en la cocina'. Si bien sé cocinar, la verdad es que para ello ensucio más trastes de los estrictamente necesarios, salpico más aceite del que cualquier ama de casa quisiese limpiar de su estufa, y me desplazo innecesariamente por la cocina buscando volteadores, sartenes, cucharas y mil artefactos más en lugar de tenerlos todos a la mano. Tengo una semana y nada más, para aprender los secretos maternales sobre la practicidad en la cocina.
 4.- Tomar un curso exprés de 'estaciónese sin pena'. Manejar constituye mi mayor preocupación y riesgo de rematch. Todavía a veces me pregunto por qué acepté trabajar para una familia que requiere que transporte a sus hijos todos los días, si mis dotes para estacionarme son pé-si-mos. (Y también un poco lo son, mis dotes para incorporarme a grandes avenidas sin que me echen aguas). Tomaré muy en serio la semana que me queda para tomar un curso intensivo para aprender a estacionarme en menos de 94 intentos.
5.- Hacer las respectivas despedidas maritales. Se supone que mi novio esperará un año por mí y cuando yo regrese a México, volveré a sus brazos otra vez. Entonces nos casaremos, rentaremos y viviremos con las deudas al cuello. Pero para ello, yo primero necesito hacer y recibir las respectivas promesas de amor. De paso, también necesito preparación mental para el larguísimo año de celibato que me espera.
6.- Comprar regalos. He postergado la labor para el último de mis días en México. Para ver si entonces se me ocurre un buen regalo para darles a mis pequeñuelos. Trabajar bajo presión siempre ha funcionado para mí. Presión, por favor no me falles esta vez.

...Continuará. (¡Porque ya es mi hora de salida y no pienso regalarle un segundo más a Slim!).

jueves, 11 de agosto de 2011

De la visa y sus vicisitudes

Después de sufrir con el trámite previo a la visita a la embajada, por fin me encontraba en México, D.F., de la mano de mi novio para obtener el tan preciado ticket de entrada a Estados Unidos.

Los pormenores de mi viaje, -como mi fascinación por la economiquísima gastronomía defeña como las sincronizadas de a tres por diez, mi despliegue de envidia por no tener en mi ciudad un sistema tan rápido, eficaz y económico como el metro que te conecte entre dos puntos sólo a cambio de un equilibrio corporal cuasi perfecto, o los llantitos vespertinos que solté en silencio junto a mi novio mientras pensaba que dentro de poco ya no veré más los huequitos de sus mejillas al sonreír- no creo que les interese mucho.

Así que el asunto administrativo que nos confiere a todas las au pairs resultó así:

Cita en el CAS:
Mi cita era a las 11.20 pero la señorita de Primera Plus que nos atendió al llegar, consiguió que nos recibiesen desde las nueve. Así que ahí me tienen formada con mis papeles en mano fuera de las oficinas. Un oficial verificó mis papeles y me dijo que me faltaba un noséqué. Ante mi cara de desolación de niño extraviado en feria de pueblo, consultó con otro colega, y el compita en cuestión le dijo que no me faltaba nada y que podía seguir.
Seguí. Pasé por el detector de metales con el celular de mi novio sin batería y sin tapa (tuve que catafixiárselo por mi iPhone, ya que a esos aparatejos no se les quita la batería bajo ningún procedimiento mecánico). Después me mandaron a mostrador a que sellaran y checaran mis papeles; y posteriormente a la ventanilla número nueve. Ahí me recibió un tipo nefastísimo y grosero. Me pidió mis papeles y me dijo que me tomaría una fotografía pero que me quitara la boina que traía. Gran error. Yo me había bañado la noche anterior y obviamente la boina era para minimizar los efectos del esponjado natural de mi pelo. Le pregunté qué pasaba si salía en la foto con el pelo desordenado. Y me dijo: "¡Es una orden de la Embajada, señorita!". Me habría encantado decirle que era un pendejo y que yo no estaba preguntándole quién mandaba; pero en su lugar sonreí y le pregunté de nueva cuenta si no había problema por mi pelo alborotado -pero sin medias de color- y con su nefastísima cara dijo que no.
Me tomó las fotos, las huellas, me devolvió mi carpeta y con su tonito sangrón me dijo que no olvidara mi cita de mañana. (Como si se te pudiese olvidar la razón por la cual pisas tierra defeña).

Lo que sigue es un paseo por el zócalo, más comida, paseo por el Sanborns de los Azulejos, por la Torre Latino, ocho mil besos más, un chupetón, unas papas adobadas, un churro relleno, dos tarros de cerveza, mil sonrisas, ocho mil besos más, diecisiete fotos, tres estaciones de metro, un cuarto de hotel mediopulgoso pero con tele y agua caliente, y dos horas de sueño.

Cita en la Embajada:
Nos despertamos a las cuatro de la mañana para estar ahí temprano. Mi cita era a las seis y media y llegué a las seis. Había dos filas de personas, y nadie sabía por qué, pero la señora cacahuatera-chicletera-pulparindera me dijo que me mantuviera en la fila en la que yo estaba porque era la efectiva y así fue. A los de la otra fila los mandaron a formarse detrás de nosotros, ¡jo! Y ni siquiera le compré un cacahuate, chicle o pulparindo a la amable vendedora.
Después de un rato, salió un agente mencionando en voz alta los distintos papeles que se debían tener para los distintos tipos de visa. Había todas las letras del alfabeto castellano y creo que unas más del arameo. Nos pasaron. Nos dieron bolsitas Ziploc para guardar nuestras pertenencias prohibidas. Nuevamente un agente revisó nuestros papeles, empezando por la DS160. Cuando llegó conmigo, me dijo que el formato que yo necesitaba era uno llamado i90. Yo le dije que lo que la agencia me había solicitado era el DS2019, pero dijo que no. Que como estudiante de intercambio necesitaba la i90, que lo checara. Le dije: "¿y no puedes checarlo tú?". Me odié por haber dicho eso inmediatamente, pero a pesar de eso, funcionó. Lo checó con otra persona y ésta le dijo que la documentación estaba bien.

Después nos pasaron a unos escritorios felices con empleados infelices a más revisiones de papeles y a recibir más sellos; y posteriormente, a la entrevista. A mí me tocó una mujer, lo que me hizo feliz. En todas las demás ventanillas eran hombres y la mayoría estaban guapos, lo que habría supuesto un tartamudeo y pendejez constantes para mí.
Me recibió en español pero en cuanto vio mi aplicación me habló en inglés. Se me fueron un par de preguntas que tuvo que replantear en español ante mi cara de profundísima pena, pero en general me preguntó cómo me enteré del programa, a qué se dedican mis papás, qué estudié y qué pretendo estudiar allá. Para beneplácito mío, sólo me pidió la documentación de rigor (SEVIS, DS2019 Y DS160) y la aplicación de la familia. Cuando la vio, me dijo: "three children!" después de un asombrado: "you're having full hands!".

 Después metió en mi fólder mis documentos y dijo: "guárdalos bien porque en el aeropuerto te los van a solicitar." Imaginé que mi visa se había aprobado porque no creo que para ejercer como empleada ilegal, limpiando baños en el aeropuerto necesiten ver tu documentación.
Y sí. Salí contenta por mi visa aprobada, apenada por mi spanglish decreciente, y con una revoltura en la panza porque la cuenta regresiva ahora sí es real.

miércoles, 3 de agosto de 2011

¡Mi cita por fin!

Dicen que cada quien cuenta su experiencia, según como le fue en la feria; de modo que yo les diré que la peor idea que pueden tener para efectuar su pago de visa es con tarjeta de crédito vía telefónica, así como también es una mala idea (no tan mala como la anterior pero también malita) confiar en el correo que te envía CC como una indicación infalible que te llevará por el camino de la verdad sin ningún problema. Está pésimamente redactado y tiene instrucciones ob-so-le-tas. Así que consideren tener que dedicarle un poco de su tiempo a investigar y a picarle muchos botoncitos a la página de la embajada antes de dar con el link indicado.

Dicho eso, aquí está la narración de mi calvario:

  • Miércoles 20 de julio:
 Recibí el tan famoso correo de 'Good News' avisándome que la familia me había elegido y que debía empezar el trámite obteniendo la forma DS160 en un link que me enviaron. Hasta ahí, todo bien.


  • Jueves 21 de julio:
Llamé para hacer la cita con cargo a tarjeta de crédito. Para empezar el tormento, me recibió una grabación enfadosísima al estilo parodia Simpsons, más o menos con opciones de tipo: "'si usted es terrorista y planea atacar la Casa Blanca, marque 1." Después de dar con la opción para pagar, me pidió el número de tarjeta de crédito, así que lo marqué. Lo rechazó. Fui a decirle a mi tía que su tarjeta no pasaba y me dio otra. Volví a llamar y a armarme de paciencia para escuchar nuevamente el menú de voz con sus recomendaciones como: "si usted cree que es candidato para entrar a nuestro país sin una visa, ande, cuelgue ahora y haga el ridículo en migración el día que llegue."

Llegué a la opción de pagar la cita. Me pidió el número de la tarjeta. Lo ingresé. Lo rechazó y pidió que lo ingresara de nuevo. Muy obedientemente lo hice. Rechazado otra vez. "Digite de nuevo o cuelgue ahora." Tercera vez ingresado. Tercera vez rechazado. Colgué.

Llamé a las oficinas de CC para contarles mi desdicha y para avisarles que me tardaría un poco más en saber mi fecha de la cita porque tendría que buscar otras opciones. Paolina me dijo un poco alarmada que había sido una pésima idea ingresar el número de la tarjeta varias veces. Me dijo que a 'varias chicas' les ha pasado que ingresan el número más de una vez y la Embajada les genera un cargo por cada una a pesar de decirles que la operación fue errónea. Ese antecedente, y el hecho de que la grabación te repite al menos tres veces que 'no hay devoluciones si usted pidió más solicitudes de las que necesitaba', me hicieron más propensa a la diabetes.

¡Qué jodido! ¿Por qué CC no te advierte al respecto sobre eso en su súper correo de instrucciones?
Yo lo intenté al menos cuatro veces. Lo que da un total de 7,280 pesos. ¡Jamás intenten más de una vez! Yo todavía no consigo saber si los cargos se hicieron o no, pero la verdad es que sí estoy muy estresada al respecto.

Después de mi susto matutino por mi posible nueva deuda, regresé a mi correo para buscar una segunda opción: depositar en el banco. Como decía arriba, la indicación no es correcta porque la URL a la que te enlazan no te lleva a ningún lugar. En la URL efectiva, sólo hay que completar ciertos campos como el números de DS160, pasaporte y SEVIS, después se elige la oficina de DHL donde se desea recoger el pasaporte y la visa. Después de eso, te arroja tu ficha de depósito y vas muy felizmente al banco a pagar y a sentirte feliz por tener contacto con un ser humano y no con una grabación.

  • Viernes 22 de julio:
Pagué en una sucursal de Banamex muy temprano y esperé tres horas a que pasara el pago. Llamé y me dijeron que no se había reflejado. Esperé hasta las cuatro, cinco, seis y ocho de la noche y no se reflejó el pago.
  • Sábado 23 de julio:
Llamé nuevamente, y nuevamente me dijeron que no se había reflejado el pago. No intenté más porque me mantuve muy ocupada arreglándome para una fiesta, así que el asunto quedó censurado en mi cabeza.
  • Lunes 25 de julio:
Llamé tempranito y nuevamente el sistema rechazó el número de MRV, así que hablé con un asesor, que no pudo hacer más que decirme que esperara a las doce del día para ver si el pago ya se había reflejado. 
Fui a Banamex a preguntar si su sistema tenía problemas o por qué no estaban reconociendo el pago en la Embajada. Amablemente me dijeron que ellos habían reportado el pago el mismo viernes y que ya no era asunto suyo. 
A las doce del día, volví a llamar y el sistema nuevamente rechazó el folio. Hablé con una asesora que me dijo que reportara mi caso a través de la pestaña de 'contact us' que aparece en la página de la embajada. Escribí mi muy sentida queja y la envié.
  • Jueves 28 de julio:
Esperé 72 horas a que procesaran mi solicitud-súplica en la embajada. Llamé y no tenían novedades. Un asesor cuyo español era tan legible como mi italiano, me dijo que 'seguiera esperrando'. Ese mismo día, me llamaron de las oficinas de CC para decirme que considerara pagar nuevamente la visa porque perdería a la familia anfitriona. Yo les dije que no tenía dinero y que prefería regresar al match process que volver a pagar. Ellos me dijeron que dejara de actuar como si la culpa fuese suya, ya que no tenían ninguna responsabilidad del proceso. Aún intento descifrar en qué momento entendieron que yo responsabilizaba a la empresa.

  • Viernes 29 de julio:
Me habló por teléfono mi representante local muy indignada para decirme que tenía  yo un fuerte problema de actitud que me traería muchos problemas, y que recordara que el problema de mi pago era culpa de la embajada y no de la empresa. Yo intenté explicarle que en ningún momento responsabilicé a la empresa, pues estaba consciente de que se trataba de un fallo en el sistema de la embajada. Le comenté que no era cuestión de actitud, sino de dinero. Que yo no disponía de otros dos mil pesos -casi, pues- para volver a pagar. Fue frustrante porque no me escuchó. Me dijo que me disculpara con la persona que me atendió en México y que cambiara mi actitud. Sigo creyendo que todo se debió a mi negativa por efectuar un segundo pago y apurar el proceso, en lugar de esperar la resolución de la embajada.

  • Sábado 30 de julio:
 Recibí un correo de la embajada, pidiéndome que escaneara la ficha de depósito y el comprobante de pago. Lo hice.

  • Miércoles 3 de agosto:
Me llegó un correo de CC avisándome quiénes serían mis compañeras de vuelo y de trainning. Me asusté porque sin cita ni visa, no podía asegurar mi salida en la fecha y los cargos por cancelación de vuelo recaerían sobre mí. Sin embargo, milagrosamente, mientras leía el correo de CC me llegó el de la embajada, avisándome que mi pago se había validado y que podía hacer mi cita a partir de ese momento.

Fui muy feliz.

...Eso, hasta que programaron mi cita para un día antes de mi examen recepcional. Ja.

sábado, 23 de julio de 2011

Driving issue

Cuando hablé con la actual au pair de mi futura familia, a pesar de quedar encantada, también resulté un poco torturada. 

Esto debido al hecho de que a diferencia de lo que yo había imaginado, sí hay speedways de ocho carriles con salidas cada ocho mil trescientas doce millas (que, tal como dijo Indi: si pierdes tu salida, tendrás que manejar ocho mil trescientas doce millas para tomar la siguiente) que hay que usar a diario para llevar a los niños al colegio. Y la verdad, es que mi experiencia al volante es bastante doméstica. Vivo en una ciudad pequeña y las avenidas no tienen más de tres carriles y hay vueltas y retornos en cada cuadra. Si por error escogiste un carril incorrecto, no hay nada que sacar el brazo por la ventanilla y sonreír, no solucione el rumbo errado. Así que no me imagino conduciendo en una vialidad de otro tipo. Lo peor, lo peor, es que me dijo que sí es necesario tramitar la licencia estatal de manejo ¡y eso me aterra! Debo confesar que estacionarme decentemente me lleva unos cuantos intentos antes de dar con la posición justa, de tal modo que el día que presenté mi examen de manejo en mi ciudad, reprobé en el apartado de: ‘estaciónese en tres movimientos y no pierda la sonrisa en el intento’ pero afortunadamente la agente que me hizo el examen se apiadó de mí, de mi severo problema de descoordinación motriz y de mi aterrada mueca facial. Sin embargo, no creo que ocurriese lo mismo con un agente americano, a menos que se sintiera increíblemente atraído por mi extranjerísima cara de desolación.
Por un momento vi mis planes derrumbarse y me imaginé volando de regreso a casa, con las deudas encima y los ánimos abajo, debido a un rematch sin solución, por no poder obtener mi licencia internacional.

La au pair me dijo: “espero que sepas manejar muy bien, porque la familia no tiene tiempo para perder en perfeccionar tu estilo de manejo." Yo sólo espero que no tengan problema con mi forma de estacionarme al décimosexto intento, y con mi inexperiencia manejando a cualquier velocidad que sea superior a la de un burro con patines.

Puedes ser la au pair más experimentada, la más atenta, la más cariñosa y tener el mejor sazón del mundo. Pero si no eres lo suficientemente buena manejando, el paquete de au pair que la familia encargó casi por catálogo, está incompleto.

Me pregunto qué tan exigentes serán los papás anfitriones con el estilo de manejo de su au pair y qué considerarán una 'buena conductora'. ¿Tendrán un margen de error o te botarán al primer bache que le atines?